El edadismo implícito del término antiedad
Cumplir años no es una maldición divina, sino un saludable síntoma de que seguimos vivas. Que no nos engañen con pócimas antiedad.
Una inofensiva búsqueda del término ‘antiedad’ en la web de Sephora arroja más de quinientos resultados (entre cremas, mascarillas, fondos de maquillaje, exfoliantes o sérums). Minucias, si se compara con los más de 4.000 artículos y packs que ofrece la multinacional parafarmacéutica Atida.
Si crees que el ser humano ha estado durante siglos preocupado por su edad, te equivocas. Nuestros predecesores (y no uso el femenino por ser incluyente, pero sabes a quienes me refiero) no sabían que necesitaban cosmética antiedad hasta la segunda mitad del siglo XX, cuando la industria del cuidado personal despegó definitivamente, comoditizándose en nuestros neceseres.
Desde entonces, hemos iniciado un viaje a ninguna parte plagado de promesas y buenas intenciones. Porque, de verdad, ¿qué edad nos vamos a quitar de encima? Como mucho difuminaremos una mancha, una arruga, esa barba tozuda que siempre sale en la barbilla recordándonos que la perimenopausia es nuestra amiga…
Seguimos vivas, cumpliendo años y más o menos felices en función de cosas que nada tienen que ver con que nos retinicemos o invirtamos en colágeno. No sé, creo que ser conscientes de eso ya es un éxito. Y sin embargo, ahí seguimos, con la categoría antiedad a pleno rendimiento en el cuidado facial, casi tan blindada e incancelable como Anna Wintour o Karl Lagerfeld aunque algunas marcas hayan apostado por el well-aging (las más osadas incluso han ido hacia la cosmética para la menopausia) como término alternativo para ofrecer exactamente las mismas formulaciones.
Que también te digo, menuda reducción al Pedro Ximénez es relacionar envejecer bien o mal con la pérdida del óvalo facial. Piénsalo bien, ¿envejecer bien es envejecer con salud o aplicar una crema que te promete una firmeza que, si eres honesta contigo misma, sabes que nunca cumplirá porque la gravedad es la que es y la edad también? Siento ser yo quien te diga que nadie camina por la calle cuchicheando sobre tu óvalo facial.
Mantener este tipo de lenguaje sexista (solo pasa con las mujeres), edadista (envejecer se considera algo ‘malo’, digno de corregir o de tratar) y bélico (combatir, erradicar, eliminar…) nos hace flaco favor. La cosmética ha de ser placer, gozo, hidratación y protección solar. No necesariamente en ese orden.
Esta reflexión viene inspirada por mis amigas de Laconicum (aquí la última vez que estuve en su espléndida oficina), que hace nada me hablaron de la campaña Libre de edadismo de la Fundación Grandes amigos que ellas y el Ministerio de Derechos Sociales, Consumo y Agenda 2030 han respaldado. sin que esto sirva de precedente, te invito a que firmes la petición para erradicar el término antiedad de nuestra cosmética. Será un pequeño paso para la mujer, pero uno muy grande para la humanidad.
En el armario cosmético de… Alba Correa
A estas alturas, no te sorprenderá saber que por aquí solo se pasea gente que me gusta mucho y que creo que tiene algo interesante que compartir. Pero es que Alba Correa lo tiene todo. La suya es una mirada atenta en todo lo que hace (la puedes leer en Vogue, El País, Eldiario.es…), brillante, sensible, generosa… Un combo perfecto para una mujer que entiende como nadie los silencios, los márgenes y las entonaciones. Y que habla en todos esos dialectos que no necesariamente transitan por lo mainstream. De hecho es en esas periferias donde mejor se desenvuelve y más desplegadas veo sus alas. En cuanto la leas, sabrás a qué me refiero:
Háblame de tus rutinas cosméticas… Si algo he aprendido en los últimos años es que la relación con la cosmética es cambiante a lo largo de la vida. Lo he aprendido a la fuerza, y los factores pueden ser diversos, pero siempre muy relacionados con el momento vital que atraviesas. Hablar del momento vital no es sólo hablar de edad o de cambios hormonales, también es hacerlo de tu realidad material (¿cuánto puedes gastarte en tu rutina beauty?), del tiempo que tienes cada mañana, de lo cansada que llegas a la noche, (es decir, de las horas que trabajas profesional o domésticamente hablando), pero también de lo que comes y de las razones por las que comes lo que comes y no otra cosa.
He tenido siempre una piel que me lo ha puesto muy fácil. Ha sido siempre una piel saludable, sin muchos problemas aparentes de salud. Eso me ha permitido maquillarme cómo y cuánto he querido, me ha permitido probar o introducir cosméticos nuevos en la rutina sin miedo a sus efectos, y gracias a eso he llegado a hallazgos. Pero ese momento no es el momento en el que estoy ahora, y aprender a comprender lo que mi piel necesita ahora ha sido un viaje de autoaceptación largo.
Vivo en lo que para el resto del país es un destino turístico. Eso, sumado al contexto de crisis habitacional que vivimos hoy en día, pone más difícil el acceso a la vivienda. Un problema social que nos afecta de muchas maneras, y que a mí me llevó a una experiencia de estrés de la que me llevé una rosácea. Para quien tenga la suerte de no saber lo que es, se trata de una enfermedad crónica de la piel que se manifiesta en rojeces en el rostro. El estrés es uno de los factores que pueden activarla, pero también está muy relacionada con la calidad de la alimentación, el efecto del sol o del frío o los cosméticos que utilizas. Esto me forzó a cambiar por completo mis hábitos cosmeticos.
De la rosácea he aprendido cosas. Me ha obligado a tener que modular mi excesivo sentido de responsabilidad, me ha llevado a ordenar prioridades, me ha enseñado a tomarme muy en serio la protección solar y a aceptar que es ahora mi piel, y no mis gustos, lo que dicta los productos de rutina facial. Me lavo la cara por la mañana y por la noche con un limpiador de Cetaphil que me recomendó el dermatólogo de la seguridad social, he probado el que es anti rojeces, pero en realidad me sirve también el básico. En momentos de enrojecimiento en el rostro, aplico el sérum rosa de The Ordinary, que me ha funcionado maravillosamente bien. De verdad que no esperaba que un producto que no fuera de farmacia me ayudase tanto a recuperar mi color natural en el rostro. Esto fue una recomendación que me hizo vía Mastodon Malti, una persona con muchísimos talentos que merece muchísimo más crédito del que recibe dentro del mundo de las letras online. Después del sérum aplico contorno de ojos, los he tenido más decentes y los he tenido de supermercado. De momento me ha marchado bien con todos. Con la hidratante facial no me la juego, voy a lo básico, a lo seguro, a la máxima protección. Vamos, que uso productos destinados a bebés. En invierno la crema de bebé de Weleda, que es estupenda contra los efectos del frío. En verano, algo con protección solar. De momento me va muy bien la de Leti Facial para pieles atópicas con factor 20. Es una rutina de belleza de alguien que ha sufrido a causa de la piel, de alguien que tiene cuidado y miedo a que algo salga mal, pero ésta es la fase en la que estoy ahora y sé que podrán venir otras. He comprendido que lo tengo que aceptar con naturalidad. Por ejemplo, no me maquillo a diario, en momentos especiales le doy profundidad a la mirada con un poco de delineador, máscara de pestañas y sombra de ojos, pero no se me ocurre ponerme base, iluminador ni blush a menos que sea un contexto súper festivo y especial. Además de que me gusta mi piel sin estos productos, si pienso que estoy un momento en el que pueden provocarme un problema difícil de deshacer prefiero no jugármela. Antes exfoliaba el rostro con mayor frecuencia, ahora tengo muchísimo cuidado, y de hecho no nombro un producto concreto porque estoy buscando aún uno que me guste para esta etapa que me vaya realmente bien.
Si pienso en pelo, mi champú favorito de todos los tiempos es el de miel de comercio justo de Lush, pero mi peluquera, que es una persona muy tranquila y pragmática (dos cualidades que cada vez aprecio más) me ha ayudado a abrir la mente y a afirmarme cuando tengo que optar por elecciones más económicas. Siempre dice que el champú tiene que lavar bien y punto. Para lo demás, están los acondicionadores y mascarillas. Así que no me complico demasiado la vida con el champú, y cuido la salud de mi pelo con mascarillas un par de días a la semana. Ahora empleo un aceite de aguacate para antes de la ducha y antes de peinarme los días que voy a la playa o a la piscina, pero no tengo una firma concreta de aceite, voy cambiando según se van acabando. Hago esto de utilizar aceite y peinarme antes de entrar en la ducha desde que empecé a surfear hace más de diez años y me va siempre bien. Al contrario que mi piel, mi pelo aún me permite experimentar y cambiar de producto y me aprovecho de eso.
Para gel de diario me gusta mucho Sanex 0%, pero también el jabón líquido ultra suave que viene en un bote amarillo de Nenuco porque el olor me encanta. En gel, exfoliante e hidratante corporal me permito también cambiar mucho (cuando acabo los botes) porque mi piel lo admite sin sufrir.
Producto favoritísimo para llevar a una isla desierta. Jamás se me ocurriría ir a una isla, desierta o poblada, sin factor de protección solar 50.
Producto con hype que fue un total bluff. Pues no fue un total bluff, me gustó muchísimo al principio y la usé mucho, pero tan pronto como la rosácea dio la cara descubrí que la famosísima Skin Food de Weleda no era ya recomendable para mí.
¿Qué piensas de que en la cosmética se hable de 'antiedad'? Tenemos un problemón con lo de antiedad y con la vigilancia del peso, especialmente de las mujeres. Hasta el punto de que a veces nos sentimos invalidadas como personas por el aspecto que tenemos, por no aparentar 20 años o por no estar lo suficientemente delgadas. La manera en la que esto impacta en nuestras expectativas, proyecciones, la manera en la que esto aplaza nuestros deseos y proyectos y cosas que nos hacen ilusión a un momento futuro “en el que luzca mejor” que nunca existirá nos está robando, literalmente, la vida y la libertad. Es un problema complicadísimo de desenredar, con raíces centenarias. La editorial Continta Me Tienes, además de tener un nombre genial, tiene editado en español El mito de la belleza de Naomi Wolf y me parece una lectura necesaria para entender cómo la liberación femenina de la carga del hogar vino con un alto precio, y ese precio fue la imposición como norma de la cosmética y la dietética, también la cirugía. Es simple, la mujer era la que organizaba el consumo del hogar, si ya no tiene que comprar electrodomésticos milagrosos, si ya no necesita comprar merienda para una familia de siete, pues habrá que hacer que compre otra cosa, reinventar ese consumo, y de aquí nacen muchas de las obligaciones que sentimos con nuestro aspecto.
¿Qué es lo que menos te gusta de la industria cosmética? Soy, ante todo, periodista de moda y de esa prensa llamada femenina. Estoy muy orgullosa de ello y creo que hemos sido punta de lanza dentro del feminismo, trayendo temas a la conversación, términos, conceptos, cuando los generalistas todavía hablaban de las violencias que atravesamos como mujeres en los términos más tibios posibles. Pero también creo en el pensamiento crítico como una obligación, y me molesta mucho el sentido de propiedad que las firmas cosméticas buscan ejercer sobre la manera en la que se habla de ellas. Hablo como periodista, pero éste no es un problema exclusivo de la prensa. En muchos sentidos, el contenido de las redes sociales ha adelantado por la derecha a los legacy media, es cierto, pero no es el caso dentro del mundo de la belleza. Las creadoras de contenido no están menos secuestradas por los grandes grupos, tienen importantes problemas de credibilidad de cara a sus audiencias cuando hablan de productos cosméticos y reproducen los mismos vicios y estándares irreales respecto al cuerpo. Hay excepciones, pero en general no nos ayudan a emanciparnos de la presión sobre la apariencia y recomiendan productos que no queda claro que ellas y ellos utilicen. Esto es algo de lo que se habla muchísimo en redes. La industria no nos permite tener una conversación transparente sobre los productos, sus efectos en las distintas pieles y cuerpos, lo que funciona y lo que no o bajo qué circunstancias. No es ningún secreto para nadie, ni audiencias ni comunicadores, que este intento de controlar tanto lo que se dice sobre los productos es sospechoso, y que responde a los esquemas más simples y maniqueos de nuestro sistema capitalista. No, no todo puede ser milagroso, probablemente nada lo sea. En este sentido, el único balón de oxígeno son los foros y las secciones de comentarios, o el contenido de personas que se dedican a otra cosa que no tiene nada que ver con el mundo de la belleza. Es decir, discursos totalmente emancipados. Esto no ocurre en otras áreas de prescripción de compra cuyas consecuencias tienen menor impacto en nuestro autoestima. Es algo que debería invitarnos a reflexionar.
Me encanta la entrevista y me apunto alguna cosa. Mi piel sensible lo va a agradecer. Confirmo también que las cremas de Welleda son geniales, de momento es la única que le consigue calmar la piel a mí hija, de piel sensible también.
Un gustazo de entrevista a una mujer bien real. Un abrazo
Me encantó esta entrega y leer a Alba!!! Sinceramente, no había caído en cuenta en lo sistematizado que está este tema 🤯