El problema de las tallas no es nuestro cuerpo, es nuestro género
Si a nadie le importa la talla de Alberto Chicote, ¿por qué demonios la de Lalachús ha hecho correr ríos de tinta estas navidades?
Este fin de año el share televisivo se disputó entre dos parejas: la formada por una mujer gorda y un hombre delgado; y, por el contrario, la capitaneada por un hombre gordo y una mujer delgada. Adivina a cual de las cuatro personas le hicieron body shaming desde semanas antes de las campanadas hasta muchos días después. Adivina también si el problema es la talla o el género.
He seguido muy atenta el caso Lalachús, una humorista cargada de nostalgia noventera que arrasta un leve rotacismo (seguramente en otros tiempos fue causa de bullying) y ha presentado las uvas de la cadena pública, la de todos, con la más reciente estrella de su parrilla, David Broncano. Aunque a nadie le importa mi opinión sobre el particular, ahí va: creo que el tubo catódico logró al fin unas campanadas refrescantes, vacilonas y disfrutonas. Más próximas a las pelucas de lumalina y al matasuegras que a aquella solemnidad enfundada en vestidos palabra de honor rojos y capas Seseña (nada, que objetar, las amo) que representan más bien poco a los españoles que habitamos en el siglo XXI.
“Ojalá que para el 2025 dejemos de opinar sobre los cuerpos ajenos, porque todos los cuerpos son válidos del tamaño que sean. Además, hemos venido aquí a gozarla fuerte”, se oyó a través de más de siete millones de televisores y dispositivos aquella noche. Las palabras de Lalachús son una magnífica declaración de intenciones a la que tú y yo nos deberíamos apuntar. Ella venía de ser terriblemente criticada en redes (“Hay que felicitar a RTVE. Le pagará para que por fin coma algo de fruta. Espero que esas 12 uvas sean para ella el comienzo de una vida saludable”, escribió Bertrand Ndongo, que conocerás por la paradoja de ser el negro de Vox).
Hace falta mucho valor y mucha autoestima para salir indemne de tremendas críticas. No porque no coma fruta o vaya a ceder el balcón cuando se asome a él, ni porque esté preocupada por su talla… sino porque en pleno siglo XXI, resulta bastante frustrante que alguien siga hablando de nuestro peso (el de las mujeres, siempre) en términos peyorativos. Nunca me cansaré de decirlo: gorda no es un insulto y delgada no es un valor.
En su columna de víspera de Reyes, el filósofo Fernando Savater, tío gordo donde los haya, se refirió a ella como “Bitelchús o como se llame la tía gorda esa”, recordándonos una vez más que esto no es una cuestión de talla: es un asunto de género. Entiéndeme, el problema no es que nos de igual que un tío gordo acompañe a la Pedroche para aplaudir con ella (y media España) su esperadísimo outfit, sino que nos moleste hasta el punto de la ofensa que sea una mujer de la misma talla la que ocupa un espacio idéntico. A Fernando ya hay quien te ha recomendado releer algún pasaje de Ética para Amador.
Estas navidades hemos sido testigos del viaje completo: la ofensa a una mujer por su peso, la defensa pública que ha tenido que hacer y la muestra de que si eres un hombre blanco cishetero no te salpicarán las críticas o los insultos a costa de tu perímetro abdominal (en el caso de Chicote, ha ido variando con los años). No estamos ante un fenómeno nuevo, lo que estamos es amplificando un discurso patriarcal y sexista a través de las redes sociales.
Y como re-muestra de que esto realmente va de género y no de talla, viajo hacia la XS con aquellas declaraciones de Ariana Grande en su TikTok en 2023, tiempo antes de que la eterna promoción de Wicked hiciera a muchos sospechar de un TCA que, de ser cierto, debería poder tratar con toda la privacidad que desee. Ese año ya estaba harta de que su abdomen fuera la comidilla de Instagram: “Creo que en la sociedad actual existe una sensación de comodidad que no deberíamos tener. En absoluto. Comentar sobre el aspecto físico de los demás, lo que creen que está pasando en la vida privada de otros, o en su salud, o en cómo se presentan ante el mundo... La gente se siente muy cómoda hablando sobre el cuerpo de las personas, y creo que es realmente peligroso. Para todas las partes involucradas”. En 2025, demos la talla: dejemos, tú y yo, de sentirnos cómodas hablando de tallas ajenas.
En el armario cosmético de… María Bernal
A María Molkita la conocí hace millones de años, en mi otra vida. Ella llevaba la comunicación de algunas marcas de productos capilares (el puesto le venía como anillo al dedo: menudo pelazo se gasta) y yo era periodista de belleza. El nuestro es un match made in heaven, labios rojos mediante, que afortunadamente se ha prolongado más allá de nuestros territorios profesionales. Guardo con cariño en mi memoria algunos momentos especiales juntas, como cuando ofició la boda de nuestros amigos comunes Masmi y Carmen…
Háblame de tus rutinas cosméticas… Siempre he sido una persona a medio camino entre muy presumida y muy dejada. Pasé de ser una cría/adolescente con muchas ganas de divertirse con los colores en el pelo, en los ojos, en los labios… a ser una adulta de “menos es más”. A día de hoy, ni me tiño, ni me maquillo apenas. Recuerdo a mi madre cubrirse las raíces cada mes y cómo siempre me pareció una esclavitud más que una rutina de belleza o de cuidado, así que, en mi caso, canas al aire (y no son pocas, tengo el 80% del pelo blanco).
Creo más en cuidar “el producto” (la piel, el pelo) que en los arreglos estéticos como tal, por eso, para la piel, que tengo muy blanca y muy sensible, soy constante y estricta. Cada día aplico una hidratante con vitamina C (en esto voy picoteando entre marcas, aún no tengo mi favorita) y factor solar 50+ (me encanta el Invisible Sunscreen de Transparent Lab). Hace poco incorporé unas gotitas de un derivado de la Vitamina C que aplico antes de la hidratante y, no sé si por sugestión o qué, pero me noto el tono menos apagado. Por la noche, limpio con agua micelar y aplico un poco de Time Reverse, también de Transparent Lab. Una vez por semana intento limpiar un poco más a fondo con un cepillo de cerdas de silicona y algún jabón suave.
En cuanto al maquillaje, solo soy fiel a un producto, el labial Ruby Woo de MAC. No uso base, ni polvos de sol, ni colorete. Lo hice durante una época pero ahora me veo disfrazada y recargada, como si no fuera yo. En los ojos, algo de máscara (suelo usar la False Lash Effect de Max Factor, aunque reconozco que no soy fiel a ninguna) y, si la ocasión lo demanda, un pequeño cat eye con eyeliner líquido.
Tengo el pelo muy rizado y, como decía antes, una piel muy puñetera, lo que significa que, en cuanto me estreso más de la cuenta o me descuido, se me dispara la dermatitis. Tengo que llevar cuidado y priorizar la hidratación, por lo que me lavo el pelo con el champú Scalp Balance de Wella Professionals y de tanto en tanto voy a la pelu y aplico tratamientos de brillo e hidratación profunda porque tiende a apagarse (Soy fiel a Juan, de Mode Estilistas). Una vez fuera de la ducha desenredo con cuidado y aplico Potion 9 de Sebastian Professional. Me lo hidrata y me lo fija lo justo para que no se me encrespe y se vea bonito durante el día.
El otro producto del que soy devota desde hace casi 15 años es a la fragancia Gucci Rush. Esto me parte el alma porque me consta que la están descatalogando, y es un aroma con el que, tanto yo, como todo el que me conoce, me identifica 100%. Estoy comprando todas las unidades que encuentro por ahí, pero nuestra relación tiene los días contados. Lo interpreto como el fin de una etapa: estoy a punto de cumplir 40 y toca encontrar el olor que me identifique a partir de ahora.
Además de esto, me aplico hidratante en el cuerpo cuando salgo de la ducha, aunque más en verano que en invierno. Y no soy capaz de saltarme la mani-pedi permanente cada dos semanas. Dedicar tiempo y dinero a una pedicura bien hecha es lo que mejor representa para mí el autocuidado.
Producto favoritísimo para llevar a una isla desierta. Factor solar 50+. Invisible Sunscreen de Transparent Lab.
Producto con hype que fue un total bluff. En general, los esmaltes de Dolce&Gabbana y de Chanel. Nunca se me quedaron peor las uñas que en esa época.
¿Por qué crees que nunca se termina el (eternísimo) debate sobre la gordura de las mujeres y nunca se habla tan radicalmente de la anorexia? Creo que hay muchísimos motivos, algunos de profundo calado social y cultural, como la asociación de la gordura con un menor poder adquisitivo. Hay clasismo y aporofobia en cada esquina, también en la relación con nuestros cuerpos. También control del cuerpo femenino, obviamente, y, por eso, históricamente se percibe a la mujer gorda como rebelde, para la que encajar no es prioritario, y eso escuece. Pero, además, creo que ha hecho mucho daño el uso que se le da a “cuidarse”, pues tendemos a asociarlo, simplemente, con cuerpos delgados. Por eso la anorexia se trata socialmente desde el cariño y la comprensión, porque es una triste consecuencia de una buena intención: “cuidarse” (cuando las causas de la anorexia son mucho más variadas y complejas que, sencillamente, estar delgade porque así lo indican los cánones). En cambio, lo que el mundo percibe de las personas de corporalidad grande es que no tienen -o no muestran interés- en “cuidarse” (da igual si hacen o no deporte, si dejaron de fumar o si, sencillamente, se nutren de manera equilibrada. Como diría Amaya Montero: están gordas y punto). Enfocarlo desde aquí significa que la anorexia es una enfermedad que no te mereces y la obesidad -o estar gordo, a secas-, sí. Y ya sabemos cómo nos gusta juzgar al prójimo por sus errores para sentirnos mejor con nosotres mismes.
Estos factores, sumados a los referentes culturales (por suerte cada vez más diversos) y lo que sucede de puertas para adentro en cada casa, es un combo peligrosísimo y del que es tremendamente difícil de escapar para librar tu batalla con tu cuerpo (porque todes libramos batallas, pequeñas o grandes, con nuestro cuerpo) en paz, desde el cariño y desde el verdadero cuidado.
¿Qué es lo que menos te gusta de la industria cosmética? ¡Varias cosas! La eterna asociación de belleza con juventud. Que me intenten convencer de que con una crema me veré más tersa con números sesgados (muestras de población pequeñas, márgenes de error altísimos, letras muy pequeñas y mucho asterisco). También reconozco que el cómo ha incorporado la diversidad corporal a su landscape me molesta bastante: siempre con eufemismos cuquis como “curvy” que intentan evitar nombrar realidades para que “no agredan”. Y que los cuerpos grandes que muestran las marcas son grandes en los atributos tradicionalmente apetecibles sexualmente: culo, muslos, tetas. Aún no he visto una campaña con una modelo “curvy” con papada. Ahí lo dejo.
Qué orgullosa estoy de Lala y qué orgullosa estoy de Paloma. Eres la mejorcísima.
Bravo!