Hoy te escribo por los pelos
Cuando la alopecia entra por la puerta, los champús anticaída saltan por la ventana. Así aprendí a cuidar mi pelo.
La primera vez que verbalicé mis problemas de salud capilar fue cuando mi entonces jefa (la siempre divertida y más atinada Ana Fernández Parrilla) me miró desde atrás y señaló las vergüenzas de mi coronilla. Yo llevaba ya un tiempo tratando de camuflar mi cada vez más escasa melena. Lo hacía con champús de volumen, con peinados estratégicos, con recogidos para dar el pego, con peines de cardado… Y, de repente, ahí estaba, teniendo una conversación que ponía el foco en un asunto que, de manera silente (y puede que un poco inconsciente), me había estado preocupando tanto. Trabajábamos en una revista de moda, así que enseguida me invitó a poner en marcha una maquinaria privilegiada para dar con un tratamiento que frenase la caída y auspiciara el nacimiento de nuevos cabellos.
Probé de todo. Desde unas sesiones con luces LED hasta unas mascarillas que eran un engrudo que debía quedarse en mi cabeza cubierto con papel film durante seis horas, pasando por mesoterapia, plasma rico en plaquetas e incluso inyecciones de minoxidil (lo más doloroso, por cierto, incluso con anestesia), que también aplicaba de manera tópica, siempre a una concentración del 5%. Aunque los resultados que notaba eran escasos y poco duraderos, durante varios años me convertí en una sherpa de este tipo de tratamientos para escribir con el mejor de los espíritus sobre lo bien que me habían ido. No siempre era del todo cierto.
Por el camino aprendí que mucha gente sufre con su pelo, pero en la mayoría de ocasiones es algo estacional y no hay champús, sérums o ampollas de venta en grandes almacenes y parafarmacias que marquen una diferencia considerable. Tampoco creo que esas vitaminas bebibles que ahora promociona tanta gente en redes sean un antes y un después a nivel melena. Dudo mucho de su capacidad para estimular eficazmente los folículos pilosos, a pesar de reconocerles el mérito de haber hecho tremenda campaña de acoso y derribo con influencers.
También descubrí que la mayoría de los peluqueros tienen entre poca y poquísima idea sobre caída capilar. Y que ellos creen que no, pero cuando intentan encajar algún extra a los servicios por los que los has contratado (en mi caso es simple: cortar o teñir) es cuando se les transparentan las carencias formativas. Si sus argumentos de venta fueran un libro sería Fundación, de Isaac Asimov. Yo preferiría algo más terrenal, como Nada, de Laforet. Llámame prosaica.
Donde sí me encontré cómoda, y mucho, fue en la consulta de un tricólogo, que es el dermatólogo especializado en la caída capilar. Este paso, que fue el que definitivamente me cambió la vida (me lo recomendó el estupendo maquillador Iván Gómez y nunca le estaré lo suficientemente agradecida), me llevó a conocer al doctor Sergio Vañó, una eminencia en esta materia al que también le podéis reconocer buenas dotes divulgativas si lo escucháis en el podcast de Cristina Mitre. Tiene una lista de espera de seis meses, que es algo que siempre comento cuando me llegan consultas sobre pelo. Pero, si realmente te preocupa tu melena, merece totalmente la espera. Él fue quien, análisis de sangre mediante, diagnosticó mi alopecia androgénica, pautó la medicación que ahora tomo (y me la modificó para el embarazo y la lactancia) y consiguió que Ana Fernández Parrilla ya no tenga motivos para señalarme la coronilla con asombro.
El armario cosmético de… Lucía Mbomío
Como feminista y antirracista, a Lucía Mbomío le interesa mucho el pelo y sus implicaciones sociales y políticas. No ha escrito el libro que tiene en la mano, pero sí Hija del camino y Las que se atrevieron.
A Lucía Mbomío la conocí hace unos años, cuando empezó a colaborar con Vogue, y le he seguido la pista desde entonces porque me abre puertas a un conocimiento que de otra manera no tendría en mi radar. Además de ser una mujer encantadora, tiene un don único: convertir la sororidad en un acto siempre desinteresado. Gente como ella es la que quiero en mi equipo.
¿Qué rutinas cosméticas sigues a rajatabla, cuáles a veces, cuáles nunca? Soy bastante seria con mis rutinas, porque ha habido mucho tiempo de mi vida que no lo he sido, y lo he notado muchísimo en mi piel, que no es nada buena y que requiere bastante atención. A diario me desmaquillo con agua micelar, luego me lavo con jabón negro africano y en la noche aplico vitamina c con ácido hialurónico y contorno de ojos. Una o dos veces por semana también uso ácido glicólico, alternado con exfoliantes.
¿Qué es lo que no falta nunca jamás en tu botiquín cosmético? Me sorprende hasta pronunciarlo, pero jamás me falta protección solar con factor 50, sobre todo facial. Por el desconocimiento de mi propio cuerpo y la enajenación con la que vivimos las personas que somos minorías en países donde el resto de la gente es diferente a nosotras, acabas por creer discursos que no son reales. Aparte, hay algo generacional, que es crecer en los ochenta, cuando la gente se echaba mercromina para ponerse morena sin pensar en las consecuencias negativas del sol sobre la piel. Yo ahora tengo lesiones solares porque siendo reportera me paso el día a la intemperie, independientemente del clima. Aunque no pueda reparar los daños del sol sobre mi piel, procuro que no vaya a más.
¿Cómo te cuidas el pelo? Uso aceite de jojoba, coco y almendra, que he descubierto que son los que mejor que van. En este proceso de autoconocimiento están las fórmulas individuales, tener el pelo rizado, bastante rizado (el mío no es afro pero es bastante rizado), muy seco, muy fino y mucha cantidad… he leído mucho, pero lo poco que encontraba era en inglés. Hay mucha diferencia entre nosotras mismas, y me ha costado un montón llegar a saber qué es lo que necesito para mi pelo, pero muchísimo. Por no mencionar las rutinas de lavado, que si tienes el pelo grasiento te lo tienes que lavar a menudo pero si lo tienes seco como yo, no. Mi aliado es el champú sólido con karité, que es un ingrediente tiene que estar en casi todo (también lo uso para el cuerpo, porque también protege del sol), sin sulfatos, mascarilla leave in y un definidor de rizos. Lo que siempre, siempre, siempre llevo es el champú sólido y suavizantes que no tengan alcohol, que si no me resecan más.
¿Te has sentido alguna vez presionada para, cuestiones de salud aparte, tener un físico determinado? Existe una presion social para tener un físico determinado, no hay duda. Como mujer negra o afro te diría que he crecido en los noventa con todas las tops blancas a excepción de una modelo negra, Naomi Campbell. Solo una. Luego han llegado las curvas, que siempre han existido en mujeres no blancas pero ahora empiezan a celebrarse. Había que estar delgada y tener el pelo liso. En casa mi madre no me dejó, pero era como yo me veía bien. Solo me dejaba a veces con secador y me duraba tres segundos como mucho. Si me escupías al hablar se quedaba así como cardado, tipo Medina Azahara. Me recuerdo tratando de secundar o seguir las modas pero con un pelo que no se parecía al de nadie. Cuando se llevaba el flequillo toldo, yo me lo hacía y parecía el Sevilla de los Mojinos Escozíos. Aunque haya más cuerpos no solo blancos, no solo fibrados… sigue siendo complicado no ser como el resto. Yo cuando quiero adquirir productos para mi pelo sigo teniendo que recurrir a Internet o ir a Lavapiés. No los encuentro en el supermercado. Y si viajo tengo que comprarlos en destino, porque en el avión no se puede volar con más de 100 ml y yo uso mucho producto cada vez que me lo desenredo…
Además, la juventud de las mujeres debe ser eterna por narices. Es verdad que nadie te dice que te operes la cara, pero ves el medio en que trabajas y te das cuenta de que siempre tienen que ser eternas en su juventud y los hombres no. Cuando te ves editando, y ves que las líneas de expresión ya son surcos… no lo llevas bien del todo. No es una presión directa por parte de una jefa, es una industria que se ha empeñado que no tenemos derecho a envejecer. Cuando estás en la plenitud de tus conocimientos periodísticos, empiezas a temer porque no basta con lo que sabes del oficio porque no eres tan joven.
¿Qué es lo que menos te gusta de la industria cosmética? Odio lo de la experimentación con animales y el uso de los plásticos. Tampoco entiendo que se tilde de normal unos productos u otros. Para cabello normal. Para piel normal. ¿Eso qué es? ¿Qué es la normalidad?
Gracias por la mención, Paloma. Y suscribo hasta las comas. Hay quien pierde mucho tiempo (valioso) probando remedios cuando lo más importante es acudir al tricólogo, sobre todo, cuando el pelo "clarea". Un beso fuerte y me encanta leerte.
Hola, Paloma. Un boletín sustancioso y nutritivo, como siempre, enhorabuena.
Quería preguntar si los enlaces de Telegram se abren correctamente ya que a mi me dan problemas y dice que el usuario no existe.
Saludos y gracias.