La belleza es perversa
Envejecemos soñando con la eterna juventud, probablemente por las razones equivocadas
Ayer mismo, hablando sobre uno de estos eventos del lujo en los que a veces las periodistas de estilo de vida aterrizamos como paracaidistas, mi querida P. dijo: “¿Te has dado cuenda de que ya no hay ricos feos?”. La conversación giraba en torno a cómo, llegadas a una edad, algunas mujeres tendían a homogeneizar su rostro a través de procedimientos estéticos similares. Con la boca y los pómulos ciertamente inflados y sin rastro de arrugas (o, para el caso, cualquier otro gesto) en la sien, se presentaban ante los demás firmes, dignas, sonrientes y devoradas por la ambición de parecer diez años más jóvenes.
Se habla mucho de lo que las redes sociales están haciendo a la autoestima de nuestra juventud, pero muy poco de lo que ocurre con las mujeres a partir de la perimenopausia. Con el desvanecimiento del único capital simbólico que se nos ha permitido atesorar en los últimos siglos (el de la belleza y el sexo, para que luego digan los señores que por qué estamos obsesionadas con las historias de amor. ¿Con qué nos íbamos a obsesionar si no, con la política o la economía que no catábamos?), llega una invisibilidad social difícil de navegar. La belleza es uno de los conceptos más perversos que existe. No tenerla te hace miserable y poseerla te obliga a tomar consciencia de que la perderás. Si la intentas conservar con tratamientos… ten cuidado de que no se noten, porque cualquier propuesta ajena a la naturalidad también está penalizada con el escarnio público.
Pienso mucho en esto. En cómo gastamos pequeñas fortunas en una máscara de pestañas que no nos deje ojeras de oso panda (para mí no hay mejores que las de Lancôme y Charlotte Tilbury), un limpiador facial que sea capaz de eliminar el maquillaje que se te olvidó retirar la noche anterior (si estás en la ducha, Kiré de Gema Herrerías; si estás fuera Bioderma Sensibio, el de tapón rosa) o unos viales de bótox para tratar de alcanzar unos estándares estéticos que en realidad nos tienen presas de un sistema injusto en el que siempre tenemos las de perder.
Conozco a mujeres guapísimas que se enfrentan con auténtico pavor a la idea de envejecer. No por miedo a morir, sino por algo peor: ver en sus propias pieles crecer canas, formarse arrugas, desaparecer la firmeza en pos de la flacidez... Es decir, cualquier síntoma físico que delate que ya no son veinteañeras y, por lo tanto, comience a mermar su capital simbólico. El de la belleza. Por eso muchas buscan hasta debajo de las piedras para dar con algún tratamiento mágico que sea capaz de devolverles la ilusión de que sus células siguen produciendo colágeno como si no hubiera un mañana.
Ya lo decía mi amiga, en la cúspide de la pirámide económica se lo han currado: láseres de co2, toxina botulínica, blefaroplastias, hilos tensores, ácido hialurónico… ¡Adiós a los viejos! ¡Que se mueran los feos! ¡Brindemos con Moët por nuestra eterna juventud! Pienso mucho en si quiero fomentar que siga existiendo un mundo en cuya escala de valores la juventud está entre lo más importante y feo no es un adjetivo, si no un problema. Siempre digo que me parece estupendo que cada una se sirva de la cosmética y la medicina estética a su gusto, para eso está. En su vertiente más natural, en la más lúdica e incluso en el sentido más Dolly Parton del asunto. Lo que no me gustaría es que se siguiese silenciando todo el diabólico entramado de motivos que nos acaba llevando a esas ‘soluciones’, en una ridícula carrera contrarreloj por ser relevantes y no desaparecer en un mundo que nos sigue juzgando por nuestra apariencia. La élite (una vez más) nos lleva ventaja. Pero se equivocan, la belleza y la juventud no son nuestro único capital simbólico.
En el armario cosmético de… Asami Hatano
En mi último viaje a Valladolid (¡qué alegría que mi hijo sea en un 50% castellano!) desvirtualicé por fin a Asami, mi referente japonés por excelencia. Gracias a ella supe que mi adorada crema facial con envase en forma de melocotón, que había comprado un poco por capricho en el Don Quijote de Shibuya, nunca jamás se había exportado fuera de su país, por lo que no podría comprarla online pese a mis infinitas pesquisas (lamentablemente, cuando han ido otras amigas a Japón y han intentado comprármela, no la han encontrado. Aunque esa es otra historia). También gracias a ella descubrí que otro envase que compré, creyendo que contenía sal, con una monísima forma de osito panda, era en realidad glutamato. Y, por último, me enseñó que los jinbeis infantiles (mi tía le regaló uno a Camilo este verano) tienen una suerte de dobladillo en el hombro para que duren dos años. Todo esto lo aprendí vía Instagram y WhatsApp, así que imagínate las ganas que tenía de conocerla en persona y seguir nutriéndome de su sabiduría. Me invitó a su casa, que es preciosa (pero preciosa de verdad, con suelos y techos de madera, con amplias estanterías para libros, con un minimalismo convertido en hogar con el que otros solo podemos fantasear…), conocí a sus niños y también el pequeño showroom donde presenta los kimonos, jinbeis y haoris que cada año importa de Japón y vende en su tienda online. Te recomiendo echarles un ojo. Los he visto en persona y puedo confirmar que tienen una calidad exquisita, así como una belleza prácticamente indescriptible.
Háblame sobre tus hábitos cosméticos y los productos que te funcionan. Tengo que decir que mis rutinas cosméticas han cambiado radicalmente después de tener brotes de dermatitis atópica hace doce años. Hasta ese momento había sido una auténtica fanática de los cosméticos. Como la mayoría de las japonesas, por otro lado. Desmaquillador, limpiador facial, tónico, sérum, contorno de ojos, crema, mascarilla... he probado, tranquilamente, más de cincuenta marcas japonesas y extranjeras desde mis dieciocho hasta cumplidos los treinta. Después del cambio de tipo de piel, ahora tan sensible y delicada, he vuelto muy sencillo el cuidado facial. Primero uso el jabón limpiador Schwanen Garten, luego el tónico facial de Beauty Water y a continuación el sérum de de la misma marca Schwanen Garten. Nada más. Siento que necesito más contorno de ojos, pero estoy huérfana de uno que no me enrojezca ni irrite. Seguramente me conviene tener una crema o un aceite pero me suelen producir granos y me quitan un poco el aliento.
Por la mañana tan solo me lavo la cara con agua, porque tengo la piel mixta. Si uso el jabón mañana y noche, a veces produce demasiada grasa, especialmente ahora que vivo en España (el agua del grifo me la reseca). Luego, aplico el tónico de Beauty Water y un protector facial muy ligero de una marca dermatológica que compro cada vez que voy a mi país. Finalmente, polvos de la marca japonesa Tout Vert, que también tienen protector solar. Llevo con este kit ya más de cinco años.
Sobre el pelo, procuro usar champú sin lauryl sulfate. Ahora mismo alterno el Biocura del supermercado ALDI con uno azul llamado Goodbye yellow (tengo el pelo rubio ahora mismo, y es muy fácil que coja matices anaranjados) de Schwartzkopf. Completo la rutina con una mascarilla de L'Oréal.
Para la hidratación corporal también recurro a Biocura, y la alterno con una que usa mi hija, de La Roche Posay, cuando aparecen los picores.
Mi perfume es el Eau Sensuelle de Kenzoki. [Información de servicio: este perfume se comercializó con dos nombres diferentes, y varios packagings. Pero ha sido totalmente descatalogado].
¿Encuentras muy diferentes las rutinas cosméticas españolas de las japonesas? ¿Con qué te quedas de cada país? Cuando vine hace dieciséis años a España, me parecieron muy diferentes. Me sentí hasta un poco ridícula por gastar tanto tiempo y dinero en cosmética. Lo cierto es que mis amigas españolas tienen la piel radiante, y en sus estanterías he visto muchos menos productos. Tampoco se preocupan en exceso por el sol ni por retirar el maquillaje antes de dormir. El tipo de cuidado me empezó a influir poco a poco, pero al mismo tiempo me di cuenta de que nuestra piel es muy diferente. Es mucho menos resistente al sol y produce manchas enseguida. En general, me quedo con lo que se hace aquí, porque las marcas japonesas suelen ofrecer demasiados pasos para mi gusto (y mi bolsillo, por supuesto).
Dime un truco que podamos aprender de Japón. No nos preocupamos solo por el cuidado facial a nivel tópico, sino que también tenemos el hábito de tomar un baño cada día, comer alimentos buenos para la piel, como el natto (sojas fermentadas, tofu), vamos a un spa tipo sauna frecuentemente (los hay todas las partes en cada ciudad), siempre salimos a la calle con protector solar (aunque a veces pecamos de excesivos y hay carencia de vitamina c. Aunque también te digo que desde que vivo en España me preocupo menos y me inclino a disfrutar del sol con cervecitas). ¡Ah! Y las japonesas siempre tienen la antena puesta para enterarse de lo nuevo de los cosméticos y las opiniones de otros usuarios, por ejemplo en la web de Cosme, antes de decidir su compra.
¿Qué es la belleza para ti? Lo que irradia desde el interior.
Viva el IPL. ❤️