Quiero que me veas con la mascarilla puesta
Y con el tinte en el pelo. Quiero que entiendas que el proceso de belleza no siempre es (ni desemboca en lo) bello, ni falta que le hace.
Hace varios años, más de los que querría confesar, me propuse iniciar un movimiento en redes que aunara el autocuidado con la naturalidad. Para ello, tuve que quitarme las vergüenzas y presentarme ante el mundo en un momento que normalmente se queda camuflado de puertas adentro. Empecé a subir selfies con la mascarilla facial (te lo recuerdo: esto comenzó mucho antes de que el SEO estropeara el término mascarilla por confundirla con la que empezamos a conocer durante la pandemia) puesta y los etiqueté como #domingodemascarilla.
El objetivo, repito, era defender que los procesos de embellecimiento no tienen por qué ser (y generalmente no son) bellos. Y que dentro de esa fealdad también hay una cierta magia que conviene no desperdiciar. Porque el simple gesto de aplicar una mascarilla en tu rostro, además de albergar una fe sobrehumana en los efectos inmediatos de la misma, encapsula también un potente manifiesto: me estoy cuidando, me estoy regalando tiempo para mí misma, estoy pensando en mi pellejo.
Llevo muchos, muchos, muchos domingos de mascarilla a mis espaldas. He probado todo tipo de ídem: las de tissue, las de hidrogel, las de arcilla, las overnight, las que son un peeling enzimático, las que son un peeling manual, las que solo cuidan labios (ojos, cuello, escote…), las que te quitan los puntos negros, las bubble, las que se aplican con un aparato que cuesta lo mismo que un mes de guardería de tu hijo…
Y he recurrido a ellas en las situaciones más insospechadas. A veces incluso han sido refugio y pilar infranqueable en tiempos convulsos. Durante un vuelo transoceánico, para evitar que salgan bolsas en los ojos (la Super-Aqua Eye Mask de Guerlain, que puede que se haya descatalogado, es la MEJOR para eso); un día que fui a ver los almendros en flor a la quinta de los molinos (hoy en día llevaría las de aciano, de Klorane); otro que estaba en el patio de Galicia descansando (siempre me llevo producto pequeño, como las monodosis de Apivita); y otro que tenía literalmente cinco minutos para salir a un evento (nada como el UFO de Foreo para un retoque exprés. Noventa segundos exactos). Algunas carísimas me han parecido una tomadura de pelo. Me he enamorado de otras muy low cost. Y viceversa, porque me he dado cuenta de que el precio no tiene nada que ver con la eficacia. Eso es algo que, como compradoras, deberíamos tener siempre presente. En todas esas ocasiones, me he hecho una foto, casi como obligándote a ver lo que ocurre cuando no deberías estar mirando. Cuando mi rostro no está limpio, ni reluciente, ni siquiera bello.
Inicié también el #freethetinte. Porque creo que las fotos en la peluquería tiene incluso un componente más importante de desafío a la idea de belleza. Colorear los signos de la edad es algo que suele hacerse en privado y, en muchas ocasiones, con el único objetivo de parecer joven y si puede ser, que los demás no se den cuenta de que hay tinte. Estos selfies en los que trabajamos activamente para eliminar las canas son tan necesarios como saber que no siempre estás te sientes guapa y que tampoco pasa nada por eso. Son necesarias porque, aunque muchas veces toda esta rutina se lleve a cabo sin una reflexión profunda, por pura inercia, retratarla implica que somos conscientes de lo que estamos haciendo. Jugamos a las cartas del contrato social, pero no engañadas.
No sé si en todo este tiempo habré logrado algo de lo que me propuse o si solo soy una anécdota más en vuestros stories del domingo. Hace varios meses (¡hola! Tengo un bebé, un opositor en casa y me cuido poco) que las mascarillas entran y salen de mi vida como los ojos del Guadiana, de una manera ciertamente irregular. Y me tiño mientras hago multitud de cosas (tender, preparar comida, etc.). Las horas me saben a minutos y casi nunca puedo dedicarme ese tiempo los domingos, por más que me gustaría. Pero sé que volverá a llegar el momento. Al fin y al cabo, toda mujer NECESITA un cuarto propio.
En el armario cosmético de… Isa Llanza
Isa Llanza es la pura imagen de la generación z: tienen la piel más luminosa del mundo y aún así siguen invirtiendo en glowy.
Isa Llanza es una estilista fabulosa y una conductora normalita. Está cargada de ideas, y de talento para llevarlas a cabo. Por eso dejó Vogue hace años para crear su propia marca de hogar, ISITA HOME. Desde que la conozco y la quiero (y de esto han pasado muchos años) está buscando una crema que le deje un acabado glowy. Hace tan solo una semana me confirmó que la había encontrado en Rhode, la marca de Hailey Bieber. No sé si hay algo más generación z que ese gesto.
Háblame de las rutinas cosméticas de las que eres devota, las que pasan sin pena ni gloria por tu vida y de las que jamás te acuerdas. Cada mañana y cada noche tengo una rutina de belleza muy estricta y que intento no saltarme por nada del mundo. Primero me lavo la cara con un jabón de La Roche Posay, luego me pongo unas ampollas antiedad de Compositum, un sérum para el contorno de ojos de Aesop, otro de ácido hialurónico de The Ordinary, y el The Concentrate de La Mer. Acabo con una crema de Germaine de Capuccini. Antes de maquillarme para salir de casa, me pongo protección solar. Es innegociable. Cuando me tengo que desmaquillar, lo hago con el agua micelar de Bioderma.
Soy una loca de la hidratación e intento tener la piel lo más hidratada posible, así que cada mañana y cada noche me encomiendo a la crema corporal de ISDIN. Intento hacerme el cepillado en seco y las palas de madera todos los días, pero se me olvida el 80% de las veces.
Enumera los cosméticos sin los que no podrías funcionar. No puedo vivir sin mi perfume: Thé Noir 29 de Le Labo, que uso desde los trece años. Siempre que me quieren hacer un regalo, lo pido. Desde hace un par de años o así uso la Eight Hour Cream de Elizabeth Arden para labios, codos, o partes del cuerpo que vea que tengo secas. En cuestión capilar, suelo cambiar de champús porque siento que mi cabello se acostumbra. Ahora estoy con la colección Tanino de Salvatore, porque me he hecho Botox capilar y no puede tener sulfatos. A diario, todo el año, uso la hidratante de Esthederm. Voy a todos sitios con mis lip liners. Uso dos (depende del plan me pongo uno mas natural u otro mas ‘vestido’): el Pale Mauve de Bobbi Brown y el Morocco de NARS.
¿Usas mascarillas faciales? No tantas como me gustaría. Por la mañana, si veo que tengo los ojos hinchados me hago un masaje con unos “globos” y luego me pongo unos parches en los ojos de Sephora (voy cambiando y probando). Cuando tengo algún evento recurro a las ampollas efecto flash de ISDIN y he descubierto una mascarilla que me deja super hidratada y como glowy. Es de Dr Susanne Von Schmiedeberg. Me encanta hacer noches o tardes de mascarillas en casa, viendo pelis y con un té o caldo. Me relaja muchísimo y es mi me time.
¿Hay algo que no te guste de la industria cosmética? Los precios y la cantidad de marcas. Me abruma que haya tantas marcas. No sé a quien creer, así que me cuesta mucho cambiar de productos. Si veo que algo me funciona bien intento mantenerme fiel a esa marca o ese producto. Me hago faciales (y las cejas) con la misma señora desde que tengo trece años y suelo seguir sus consejos, pero también me gusta pedir recomendaciones a mis amigas que más saben de belleza.
Paloma....volverá a llegar el momento!!!