Volver a amor
Dejar de trabajar profesionalmente en el sector cosmético me ayudo a reavivar la pasión por tratamientos faciales y cremas
Hace unos meses mi amiga S. me regaló un bono para un tratamiento facial y corporal en el Hotel Urso con circuito de spa incluido. Desde que me convertí en madre no había pisado un centro de estética y tampoco me había dedicado a mí misma dos horas completas y continuadas de puro placer, remojo e hidratación. En realidad no sería un asunto importante si antes de esa revolución gestante de 2022 no me hubiera pasado años visitando decenas de spas y probado cientos de masajes de todo tipo a lo largo y ancho del globo. De Nueva York a Praga. De Marrakech a Singapur. De Claudio Coello a Alonso Martínez. Tengo que confesar que tanto trasiego masajístico me había hecho perder la ilusión por recibir esos deliciosos cuidados. Había vivido en la superabundancia (miente quien no admita que llegado un punto, todos te parecen iguales o, como mínimo, muy parecidos) y en la hiperdisponibilidad (en un mundo de oferta infinita, la demanda…). Además, al sentir que se habían convertido en parte de mi trabajo me resultaba imposible disfrutar. Enseguida me asolaba una horda de sentimientos contradictorios que siempre remataban en: ¿cómo voy a perder tiempo en esto con lo mucho que tengo que hacer? Ahora sé que lo que me comía era el pensamiento mágico. Claro que me gustaban los masajes, pero no me permitía a mí misma el placer. Total, recibiría otro la semana siguiente…
El caso es que la invitación de S. llegó en un momento de mi vida totalmente diferente. Al abandonar la primera línea del periodismo de belleza (un hito profesional que coincidió con el nacimiento de mi hijo), me desintoxiqué de la superabundancia de tratamientos y cosmética en la que llevaba años instalada y pude volver a colocar cada elemento del cuidado en su lugar. Por fin valoré aquel bono para un tratamiento facial y corporal (¡con productos de Natura Bissé, nada menos!) como el regalazo que era. Y lo disfruté, vaya si lo disfruté, saboreando cada uno de sus matices. Pensé que, en el fondo, también me me encanta diseccionar la adaptación coreográfica que cada facialista ejecuta en la rutina, y lo muy importante que es para muchas mantener siempre contacto físico con quien recibe el masaje, casi a modo de anclaje con un lugar seguro de la realidad. Quieren hacernos volar, pero la cometa siempre tiene un cordón que nos ayuda a regresar.
Algo similar me ha pasado el universo de las cremas. Cuando trabajaba en las revistas recibía a diario decenas de paquetes con las últimas novedades, desde los productos más exclusivos hasta los que se venden en el supermercado. Era una auténtica locura, imposible no perder la perspectiva. Al final, acababa probando las que con mayor fervor me presentaban las relaciones públicas (algunas gozan de un don maravilloso: conseguir enamorarte de una crema aunque las dos sepáis que lo que cuentan tiene más de deseo que de realidad), las que más hype tenían (como todas, soy hija de mi tiempo), las que olían mejor o tenían un packaging más atractivo (¡caretas fuera!), las que incluían algún ingrediente que me interesaba, etc.
Recientemente, mi amiga E. me recomendó con tanta pasión una crema desarrollada por una maquilladora, María Orbai, que tuve que entrar en su página web y comprarla al instante. Hacía demasiado tiempo que no sentía auténticas ganas de probar algo nuevo en cuestiones cosméticas, así que hice caso omiso de mis requisitos estéticos en cuanto a packaging y me hice con su Wake Up Skin Glow Cream (vegana, fabricada en España, etc.). Dos días más tarde, la tenía en casa. Una semana después, mi veredicto fue avalado por mi recomendadora: estábamos ante una versión minimalista y casera de la Magic Cream de Charlotte Tilbury, sencilla y funcional pero cargada de luminosidad. Un primer con un je ne sais quoi. Una delicia sin pretensiones que cuesta cuarenta setenta euros menos. Me reconfortó la idea de pensar que el futuro está en esos incipientes negocios que hacen lotes más pequeños porque si no les caduca el producto, pero también porque tampoco aspiran a más. Supongo que si en algún momento podemos de verdad hablar de sostenibilidad en la cosmética (sin pensar en la erradicación de la misma, que sería lo auténticamente sostenible), debería ir por ahí.
PS: Hay algunos otros productos que he deseado con auténtico fervor este último año: la hidratante Hydra de SANTAMARINA, que fue un regalo de Stefi y Juan y he, literalmente, devorado. Y el labial líquido Petal Bouche Matte de Violette, que compré en unas rebajas y aún no he incluido de manera efectiva en mi día a día por lo tedioso de su forma de aplicación.
EN EL ARMARIO COSMÉTICO DE… CLARA BUEDO
Clara Buedo es una de esas estupendas compañeras del metal, como se refieren las periodistas de belleza al hablar entre sí (dejando escapar el mucho más sugerente “compañeras del labial”), con las que he coincidido en los viajes a lo largo de los años. Su labial rojo y su pelo son icónicos. No solo es una persona apasionada de la belleza holística, sino que acaba de escribir un estupendo libro, Historia del perfume. Relatos olfativos del pasado que te interesa si alguna vez te has puesto un perfume y te has parado a pensar en quién (y por qué) habrá podido hacer ese gesto antes que tú. Su página web, Beauty Matters, es increíble.
Háblame de tus hábitos cosméticos y los productos que usas. Mis hábitos cosméticos son un poco caóticos como yo (a veces)... Tengo tres adicciones: la cosmética, los suplementos o "nutricosmética" y los perfumes, por supuesto. El cómo me cuido dice mucho de mi inquietud y absoluto frikismo por la cosmética, a veces me quiero echar dos productos al mismo tiempo porque no tengo paciencia para esperar a terminar una rutina y empezar otra. Pero, como regla general, podría decir que mis imprescindibles son limpieza, sérum y contorno de ojos (el primer producto cosmético que me compre cuando tenia 16 años). Podría vivir solo con el sérum, hay veces que incluso mezclo varios y prescindo de las cremas. Hay quien dice que está mal, porque las cremas de tratamiento además de un plus de nutrientes y protección, ayudan a sellar la rutina de cuidado facial. Soy fanática de los productos de Biologique Recherche (a pesar de su olor a ensalada y porridge de cereales...), Sisley y Ayuna, una marca española que cuando la descubrí, me enamoró por su concepto y formulaciones disruptivas.
Me gusta combinar los sérums auténticos de Biologique para cubrir diferentes necesidades. Después de la limpieza, me suelo aplicar una esencia de arroz fermentado que compré en Tsuki, una tienda que ofrece lo mejor de la cosmética japonesa en pleno centro de Madrid; o The Facial de Ayuna, para alimentar la microbiota cutánea y restaurar su equilibrio. Como crema facial, en estos momentos estoy usando Haenkenium Profhilo, una de las marcas con más reputación por sus inyectables de ácido hialurónico. Me llamó la atención su incursión en la cosmética y he de decir que me esta gustando mucho (por cierto, ese nombre tan alemán no es porque sea más exótico, es la especie de salvia con la que está compuesta la fórmula, su ingrediente esencial). Para el contorno de ojos, en estos momentos estoy usando lo que, desde mi punto de vista, es lo mas innovador que nos han presentado en cosmética: Bioinicia, respaldada por el CSIC, unos parches que según los aplicas en la piel, se vuelven invisibles. Es la cosmética más práctica, efectiva y avanzada que he descubierto últimamente.
En mi caso, el cuerpo es el gran olvidado, aunque sí me suelo aplicar cremas reafirmantes de senos (una de mis preferidas es Sen Nature de Grande Nature, una marca profesional desconocida que todos deberían conocer). De maquillaje, imprescindible un buen corrector con extraordinaria cobertura, como el de Hourglass que venden en en Sephora. Como máscara de pestañas llevo años usando Monsieur Big de Lancôme, y no creo que la cambie... Y, por supuesto, un buen labial rojo, en mi caso, siempre con acabado mate, iconos: Lady Danger de MAC, aunque ahora me está haciendo ojitos Sugar Dada, de la nueva colección MACximal.
Para cuidar mi cuero cabelludo ahora estoy con la nueva loción de Twelve Beauty que me tiene enganchada, pero soy fan y fiel de la línea Fuerza de Secretos del Agua.
Y, en cuanto a perfumes... Ayyyy, me confieso absoluta promiscua, atesoro infinidad de ellos, como una colección de 13 Serge Lutens, y tengo predilección por la perfumería artesanal o de autor. Mis perfumes de cabecera (a los que siempre vuelvo): Shalimar o Samsara de Guerlain, Carnal Flower de Frederic Malle, Eau Duelle de Diptyque, Black Phantom de by Kilian y Narcotic Venus de Nasomatto. He de decir que con toda la labor de investigación que he tenido que hacer para escribir Historia del perfume, estoy valorando infinitamente más las composiciones antiguas e icónicas, como Chanel No. 19, Fracas (el nardo más pervertido) o Shalimar, un perfume que ha trascendido las fronteras del tiempo y se sigue posicionando como un referente indiscutible de la familia oriental (hoy ambarina).
¿Hay algún producto por el que te pelearías en el aeropuerto para que te lo dejaran pasar si pusieran pegas en el control de equipaje? Una máscara de pestañas, sin duda. YO MA-TO
¿El mayor hype que has probado que resultó ser un bluff? Uf, muchos... No voy a decir nombres, pero con una marca muy popular (y mediática) de cuidado capilar que tenía el típico producto panacea para restaurar cabellos dañados... Hasta aquí puedo leer.
¿Crees que puedes llegar a perderte algún lanzamiento interesante por esa saturación de la prensa/referencers a la hora de recibir tanta cosmética y por ese no mirar mucho a las marcas que no trabajan la comunicación? No me muevo por las notas de prensa ni los anuncios de Instagram, más bien en los ámbitos "nicho" e independientes, esos que no siguen las normas del marketing ni tienen grandes presupuestos para llegar a todas las casas, creo que tienen mucho mas que ofrecer, fue un poco la razón de crear Beauty Matters, para contar esos hallazgos que, por no tener grandes presupuestos para comunicación, aun mereciéndolo, posiblemente no llegarían al conocimiento de la gente.
La verdad es que siempre he sido muy intuitiva a la hora de detectar marcas o productos que podrían funcionar bien. Me encanta investigar, irme por los cerros de Úbeda, bucear en internet y descubrir cosas realmente innovadoras o distintas. Por ejemplo, hace años, esa intuición me llevó a una "marquita" que proponía un interesante detox facial, con tan solo 4 productos (coincidió con el momentazo de los 10 pasos de la cosmética coreana que luego resulto ser un artificio del marketing...). La descubrí en la Indie Beauty Expo de Los Ángeles, se llamaba (y se llama) Ayuna Less is Beauty, resultó ser española, y fue amor a primera vista (un idilio que aún continúa). Probé aquel escueto programa de "ayuno facial" y mi piel se transformó por completo. Ahí comprobé dónde estaba el poder de la verdadera cosmética.
¿Hay algún producto que cuando se te acaba, vuelves a comprarlo? Sí: agua micelar de Bioderma, la línea Fuerza de Secretos del Agua, el sérum de pestañas Spectral Lash de D.S. Laboratories, las cápsulas de coenzima Q10 de Kobho Labs y la máscara de pestañas de Lancôme. Esos son los fijos, los tengo seleccionados ya como "compra recurrente" (Qué gran invento).
Dime algo que no te guste de la industria cosmética. La industria cosmética hace lo que puede... Son algunas de las piezas que componen ese puzzle con las que no comulgo. Como la insensibilidad de muchos miembros y miembras (y miembres) de comunicación que te consideran una simple cuenta, si eres: alfombra roja; si dejas de ser: ostracismo. Sin más. Es lo que hay...
Un auténtico jamón Joselito este artículo. Mucha empatía con la entrevistada.
Hola Paloma! Te acabo de descubrir y qué gracia, conozco a María Orbai (soy de Pamplona ) y le voy a enviar tu artículo porque le va a hacer mucha ilusión
Me ha gustado mucho tu post! Mi familia ha teñido perfumerías desde el año 1980 hasta 2009 y también soy fan de Sisley, Chanel etc
Un abrazo!