Zorras ante la desigualdad sanitaria
La medicina se ha configurado desde el punto de vista androcéntrico, y eso hace que el cuerpo femenino, el de la mitad de la población del planeta, siga lleno de misterios.
“Lanzamos una nueva serie llamada a convertirse en punto de partida para el debate sobre cómo mejorar la salud de las mujeres y las niñas con el fin de trazar la ruta adecuada que nos lleve a la igualdad sanitaria en el mundo”. Así anunciaba la revista Nature, una de las publicaciones científicas de referencia a nivel planetario, que dedicará 2024 a tratar de corregir una (¡otra!) brecha de genero, esta vez en la sanidad.
Recuerdo como si fuera ayer el reportaje que publiqué en Vogue en enero de 2022 alertando públicamente sobre algo que muchas personas habían descubierto a través de la experiencia propia: que la vacuna para la covid-19 puede alterar significativamente los ciclos de quienes menstrúan. Y que nadie había avisado, ni siquiera se había incluido en los posibles efectos secundarios porque no se había tenido en cuenta esa especificidad física. Eran varios grupos de investigación independientes, de profesionales sanitarias a las que no les hacían mucho caso en sus centros, los que estaban destapando el pastel. Entonces me llevaba las manos a la cabeza porque me parecía inaudito que en pleno 2022 la medicina siguiese anclada en un modelo androcéntrico (y caucásico) de estudio que no representa ni a la mitad de la población del planeta. Ahora es Nature la que se lleva las manos a la cabeza. Hay esperanza.
El año pasado, esta misma publicación ya señalaba a otra desigualdad flagrante: las científicas publican y patentan menos que sus compañeros (constituyen el 48,25% del personal, pero solo firman el 34.85% de los proyectos). Su ausencia es especialmente notable en artículos de gran impacto. Al principio parecía que eran menos productivas, que quizá tenían alguna responsabilidad más en casa y que trabajaban en entornos poco amables. Al final todo apunta a que simplemente reciben menos reconocimiento por el mismo o más trabajo que sus colegas con pene. Manspreading en pleno esplendor. Valga como ejemplo el caso paradigmático de Rosalind Franklin (fundamental para el descubrimiento de la estructura del ADN, pero que en el estudio original de Nature se mencionó solo de pasada en los agradecimientos), que nos alerta sobre cuántas otras se habrán quedado en el camino. O el de las premios Nobel de Química 2020 Jennifer Doudna y Emmanuelle Carpentier, desarrolladoras de las tijeras genéticas CRISPR/Cas9 (pueden modificar el genoma humano) y de quienes el periodista Walter Isaacson ya advirtió que estaban siendo tratadas como ‘actores menores’ del hallazgo.
Un estudio externo reveló que en 2020 alrededor del 70% de las citas directas de la revista estaban atribuidas a hombres. Se hizo con un software que analizaba el género de los declarantes de más de 16.000 artículos publicados entre 2005 y 2020. El caso es que las zorras estaban en un buen momento, porque tres años antes, los hombres eran el 80% y al inicio del estudio, en 2005, el 87%. Ya lo dijo Nebulossa: aunque [las zorras] se estén comiendo el mundo, no se valora ni un segundo. Y para muestra una sencilla tabla que separa por géneros a ganadores y ganadoras de los Nobel. A eso le llamo yo marea azul.
Parece que me he desviado, pero de aquellos barros vienen estos lodos. Si hasta los ochenta las mujeres no participaban en estudios clínicos (y, por lo tanto, no se sabía cómo les afectaban los medicamentos) y a día de hoy siguen sin liderar grandes investigaciones, ¿cómo demonios va alguien a centrarse en nuestro cuerpo, que es secundario, menor, prescindible, un puro juguete cuyo derecho al aborto se pone en jaque cada pocos años? Somos la mitad del planeta, pero nos tratan como a una aguja roñosa en un pajar.
Nos tratan mal cuando, con toda su buena voluntad, los profesionales sanitarios nos recetan ansiolíticos ante cualquier síntoma de malestar que desconocen, probablemente por lagunas en las investigaciones; nos tratan mal cuando nuestros compañeros hablan con sorna de la baja por menstruación incapacitante, porque no será para tanto; nos tratan mal cuando en los medios se olvidan de mencionar que los síntomas de ataque al corazón en la mujer son diferentes, no comienzan con un hormigueo en un brazo (quizá por eso en The New England Journal Of Medicine contaron a principios de este siglo que las mujeres tienen siete veces más posibilidades de recibir un diagnóstico erróneo en este caso), y vete tú a saber cuántos otros síntomas de cuántas otras dolencias son diferentes y los facultativos no lo saben porque nunca se ha estudiado; nos tratan mal cuando muchísimos profesionales de ginecología tardan la misma vida en diagnosticar una endometriosis (siete años y medio se suele tardar en ponerle nombre) o un SOP y quitan hierro a cualquier tipo de irregularidad menstrual; nos tratan mal cuando minimizan el alcance de la fibromialgia, y si hacen estudios sobre el dolor crónico solo cuentan con un 20% de mujeres en la muestra (cuando suponen el 70% de pacientes). Por no hablar del embarazo, nueve meses de nuestra vida en la que cualquier anomalía es normal y, además, hay que pasarla sin fármacos porque no hay estudios clínicos. Aún así, zancadilla tras zancadilla, humillación tras humillación, vivimos más años que ellos. Ya lo dijo mi abuela, de noventa años, después de su última operación: tanto sexo fuerte, y míranos a nosotras, somos las que seguimos en pie. Me pregunto qué pasaría si el sistema sanitario nos tratase como a hombres blancos, ¿seríamos eternas?
Desconfío de los hombres que me aseguran que no hay brecha de género, porque son incapaces de ver más allá de sus narices. Esta newsletter está cuajada de datos y de enlaces a publicaciones médicas que confirman lo contrario. Pero no los culpo, porque ellos nunca han ido de cuclillas a urgencias cuando el dolor menstrual era tan fuerte que no podían ni caminar. A ellos nunca les han dado Lorazepam a las primeras de cambio. Y, probablemente, cuando han creído que tenían un infarto, los han atendido correctamente en su centro de referencia. Tampoco les han llamado zorra por la calle, pero esa es otra historia.
En el armario cosmético de… Sara Hernando
Decir que Sara Hernando es una de mis amigas más queridas es quedarse corto. Sara Hernando ha sido mi mejor amiga del trabajo un montón de años, y aunque dejé las revistas hace más de un año, nos seguimos escribiendo a diario. Nos conocimos cuando ambas lanzamos Harper’s Bazaar en España, una aventura insólita pero muy enriquecedora. Ella se quedó en la revista varios años, pero yo me fui a hacer las Américas (es un decir, no salí de Madrid). Nos volvimos a encontrar cuando Hearst adquirió la cabecera y nos ficharon a las dos. Una vez más, volví a irme, porque no tengo tendencia a quedarme mucho en los sitios, y nos encontramos un tiempo después en Vogue, donde ella es ahora redactora jefe de moda. Te lo he contado en un párrafo, pero son diez o doce años de unión profesional. Nos conocemos al milímetro, nos decimos las verdades enteras, sabemos capear nuestros caracteres y la quiero a rabiar. Acaba de ser mamá, y le he robado un rato de estar con su pequeña Manuela para que me hable de sus rutinas cosméticas. Aquí van:
¿Puedes hablarme de tus rutinas cosméticas? Aunque soy una persona de rutinas, enamorada del orden en general (si no, no tendría derecho a vanagloriarme de ser capricornio), en el ámbito de la belleza digamos que la pereza hace acto de presencia muy a menudo. Por eso no puedo hablar de hábitos pero sí de productos imprescindibles (o casi) en mi baño. El primero, y el único del que suelo tener algún bote de repuesto en el cajón, es la emulsión limpiadora japonesa que Gema Herrerías lanzó junto con Cristina Mitre. Es un jabón gustosísimo que, y he aquí la magia, no reseca la cara, sino que la hidrata. Y esto, queridos, para las que 'odiamos' los aceites limpiadores, es todo un descubrimiento. Otro producto sin el que intento no salir de casa, aunque a veces pueda pasar, es la crema protectora para el rostro. Aquí puedo ser bastante infiel (gracias a mis compañeras de belleza de Vogue, Ana Morales y Violeta Valdés, que siempre mantienen nuestras baldas de belleza colmadas de productos nuevos, aunque el gel crema de factor 50 de Isdin está entre mis favoritos. Para el pelo, desde que hace años me lo descubrió mi peluquero Juan, uso y va conmigo siempre de viaje, el champú Illuminating de Sasson. Sin suavizante ni mascarilla, a lo loco. Y por último, y para no aburrir al personal, diré que siempre, siempre uso el perfume Signature de Chloé. Si te encuentras conmigo y llevo otro, es que no soy yo.
¿Qué producto te llevarías a una isla desierta? Este lo he dejado para el final, aunque podría ser perfectamente el primero de la lista superior. La máscara de pestañas. Nunca me suelo maquillar, incluso en los eventos de más alto copete (véanse bodas locales o fiestas en la semana de la moda de París). Hace años que no uso base de maquillaje, y las sombras de ojos me pueden durar décadas en el neceser. Pero si por un casual, salgo de casa sin aplicarme la máscara de pestañas, vuelvo corriendo para remediar tamaño olvido. Lo más increíble de todo es que cualquiera me funciona, las que alargan, las que espesan, las más discretas o las más nocturnas. Ahora mismo estoy utilizando una de Rare Beauty, la marca creada por Selena Gómez. Que no solo tiene un 'packaging' ideal, sino que además cumple en cuanto a calidad y resultado.
Producto con hype que fue un total bluff. No soy de esas personas (adolescentes de TikTok) obsesionadas con los nuevos lanzamientos de belleza, así que en realidad nunca me he fijado en un producto novedosísimo sin el que no podría vivir. Pero sí que hay un clásico, el Touche Éclat, de Yves Saint Laurent, que hace muchos años quise probar por pensar que iluminaría mi rostro al nivel que lo hacen las luces de Navidad en Vigo, pero encontré (seguramente por mi poca destreza al utilizarlo) que empeoraba más que arreglaba mi piel, por aquel entonces de porcelana.
¿Piensas que la salud femenina siempre es secundaria? Como paciente con endometriosis afirmo que es así. No hay una enfermedad donde se pueda comprobar mejor cómo las mujeres han sido hasta ahora pacientes de segunda división, si no tercera, en la historia de la medicina. Como entiendo, todo el mundo sabe, la endometriosis es una enfermedad únicamente femenina, benigna (que significa que no es mortal), aunque a muchas de estas mujeres les puede condicionar para muy mal, sus vidas. Y aún así, lleva sin avances significativos décadas. Las pacientes se siguen tratando de la misma forma que lo podrían hacer sus madres. Falta investigación, y algo me dice que esto tiene que ver con que sea algo 'exclusivo' de las mujeres.
¿Qué es lo que menos te gusta de la industria cosmética? La idea de belleza femenina (jóven y estilizada) que prometen desde sus campañas publicitarias y de marketing la mayoría de las firmas. Incluso si se dirigen a niñas adolescentes. Falta regulación y sobran pieles imposibles que ni mi hija, que acaba de cumplir un mes, puede presumir de tener.
Me ha encantado!
Gracias por tanta verdad