Dientes: una obsesión como cualquier otra
Hollywood, la fábrica de sueños que nunca deja de crear necesidades, apuesta fuerte por las carillas, las coronas y el esmalte en tono blanco alpino.
Creo que podría reconocer al 90% de mis amigos viendo tan solo una foto de sus dientes. Igual que otras personas identifican a la perfección culos, pechos y bíceps, a mí lo que me pide la vida es prestar atención a la orografía bucal de la gente con la que hablo. Como una pitonisa de sonrisa, soy capaz de adivinar si hay un blanqueamiento, carillas, ortodoncia o nada más (y nada menos) que una jungla de dientitos que ha crecido salvaje, según la naturaleza les ha dado a entender.
Me gustan esos dientes salvajes, esos insumisos de la ortodoncia, esos versos sueltos de la verticalidad y el orden. Ojo, no me malinterpretes, también me parece bien la gente que por pura estética (y, en algunos casos, por salud) ha decidido modificar el skyline de su sonrisa. Faltaría, a ver si voy a defender el uso del bótox y luego poner el grito en el cielo porque alguien se pegue unas carillas de composite. El cuerpo de cada uno, lo interviene cada uno a su interés y conveniencia.
Ya he visto algunas ironías con respecto a ese ansiado blanco alpino en los incisivos. Pienso en el personaje de Cate Blanchet en No mires arriba, una película que se rodó durante las restricciones de la covid y para la que [entramos en el capítulo de las curiosidades] a Jennifer Lawrence le tuvieron que poner dientes en la postproducción digital porque un grupo de carillas (disclaimer: en Hollywood todo el mundo tiene carillas, por eso sus dentaduras son perfectas) se le había caído comiendo una piruleta. Dientes mellados, la historia de nuestra vida milénica.
En algún foro, Cate Blanchet contó que precisamente debido a esas restricciones pandémicas (y la consiguiente dificultad de armar un buen atrezo), tuvo que llevar al rodaje su propia dentadura. Y sí, esto es un signo delator de que se ríen de su propia obsesión por unificar las dentaduras de todo un oficio, el de la actuación, víctima de su propio trampantojo. Recuerdo un reportaje de Karelia Vázquez en el que lamentaba que Hollywood estableciera un rasero dental IMPOSIBLE, de un blanco que no existe en nuestro esmalte natural.
Hay quien se arrepiente de haberse limado los dientes para ponerse coronas (Bad Bunny, por ejemplo) y hay quien, como René (a.k.a. Residente), recomienda mejor lavárselos todos los días. Sin embargo, la realidad del star system es muy diferente de lo que predican estos dos agitadores latinos. Si revisas con atención cualquier alfombra roja, verás que donde antes había narices estrechitas y puntiagudas (una suerte de obligado bautismo plástico para las anteriores generaciones de superestrellas) ahora se ven sonrisas blancas y perfectas. Todas exactamente iguales. Como si se hubieran pasado entre ellos el teléfono del mismo dentista y éste los hubiera despachado uno a uno con su fórmula universal e infalible. Busca imágenes de before after teeth celebrities y entenderás de lo que hablo.
La perfección bucodental está tan normalizada que cuando una actriz tiene diastema o algún tipo de irregularidad en el camino que va de los incisivos a los premolares, se convierte en noticia. Es el verso suelto. La rebelde que no se aviene a las normas. De los dientes de Aime Lou Wood (a la que habrás visto en The White Lotus) han llegado a decir que “no son encantadores, sino inspiradores” y “perfectamente imperfectos”. Después de que SNL hiciera un sketch relacionado con su boca, la pobre mujer confesó a GQ que sentía como si todo lo que tuviera fueran dientes, y que la conversación sobre ese tema opacaba incluso su trabajo.
Las coronas y las carillas en toda la dentadura son el nuevo símbolo de estatus social. Un privilegio al alcance de unos pocos. Una creciente necesidad para el resto, que están empezando asociar la riqueza a una hilera blanca de porcelana o composite. No tengo pruebas (bueno, tengo muchísimas) pero tampoco dudas.
En el armario cosmético de… Gulnara Zerpa
A Gulnara la conocí por pura casualidad. Es decir, a través de Instagram. Me cautivó su cuenta La Arcillita, donde comparte algunas de sus dinámicas piezas de arcilla. Por supuesto, escribí sobre aquel descubrimiento con todas las lectoras de Vogue. Y, si entonces no os llegó, que sea ahora con sus rutinas de belleza cuando conozcáis a esta mujer excepcional:
Háblame de tus rutinas cosméticas… Tengo que confesar que mi rutina cosmética es un poco titilante: hay días en los que la cumplo entera y otros en los que simplemente me lavo la cara y ya está, porque me da mucho sueño pensar en todos los pasos. Tampoco me considero experta en esto; quizás ni siquiera estoy usando lo más adecuado (o tal vez sí). Empecé a cuidarme hace como dos años, justo al pisar los 30. Estar viviendo en Europa también ha influido, porque aquí puedo permitirme probar algunas cremitas que antes ni me planteaba.
No crecí con una cultura de skincare. Mi madre no era muy fan, pero sí lo era de tomar mucha agüita, comer rico y cuidarse con remedios naturales. Y eso también cuenta, o incluso más, porque no sirve de nada tener un skincare carísimo si por dentro estamos mal cuidados. A veces me conecto con ese legado y me hago una mascarilla de avena, me exfolio con la borra del café, me pongo manzanilla en los ojos para desinflamar o paso un hielito por la cara. Pero todo esto… muy de vez en cuando.
Cuando hago mi rutina bien, empiezo lavándome la cara con un limpiador en espuma súper suave de SKIN1004 (Madagascar Centella). Me encanta porque no tiene un olor raro y rinde un montón. Si usé maquillaje o siento la piel un poco cargada, hago doble limpieza con el aceite de la misma marca.
Dos veces a la semana uso una mascarilla que me compré por ver un TikTok: la Centella Poremizing Quick Clay Stick Mask. Viene en barra (comodísima) y después de usarla siento la piel más suave y los poros menos marcados. Durante un tiempo estuve muy obsesionada con los poros de la zona T, pero ya lo solté un poco. Al final, todos tenemos poros; intentar taparlos es como querer tapar el sol con un dedo.
De vez en cuando uso el Effaclar Serum Ultra Concentré de La Roche Posay, que me recomendó mi dermatóloga. Es un poquito exfoliante. Y para hidratar, mi favorita es la COSRX Advanced Snail 92 All In One Cream. Me la recomendó una amiga y al principio dudé, por el tema de la baba de caracol (me preocupaba el tema de la crueldad animal). Según la marca, es cruelty-free, o al menos eso dicen. La compré y me encanta: la textura es ideal, no es pesada, se seca rápido y el bote parece infinito.
Sobre maquillaje, depende del día, de a dónde voy y de cómo me sienta con mi piel. A veces solo me pongo crema hidratante y cacao en los labios. Pero si quiero un toque más de vida, uso el stick 3INA The No-Rules en el tono 114. ¡Amo este color! Un rosa terracota tipo arcilla que me cambia la cara, ni más ni menos. Y si es algo más especial, como una cena, me aplico un poco de polvo (el más barato que tenga a mano), máscara de pestañas y el mítico labial Black Honey de Clinique. Es práctico, se adapta al tono de piel y queda súper natural.
Para el cuerpo, soy fiel a la Nivea de tapa azul. Y en cuanto a perfumes… tengo un dilema. No encuentro uno que realmente sienta como yo. A veces los huelo en otros y me encantan, pero en mí se transforman. Los perfumes caros me huelen a mi tía —que es maja, pero algo amargada y peleona— y no quiero convertirme en esa señora (todavía). Me gustan los aromas dulces, como coco o vainilla; tal vez porque amo los postres y quiero oler como lo que como.
Un día, en un Primaprix de mi barrio, encontré una agua de colonia de coco de The Fruit Company. Costaba 3 €, venía con un dibujo de un coco enamorado que decía “vuelves a mi coco loco” y lo compré solo por la portada. Terminó siendo mi olor, al menos hasta que me convenza otra cosa. Me recuerda a mi infancia, cuando jugaba con perfumes solo por cómo se veían o si eran cuquis.
Con el cabello no soy muy estricta: lo lavo, a veces me pongo una mascarilla que huela a miel o almendras y lo dejo secar al aire si no hace frío. Me aplico un poco de aceite para suavizarlo y, si quiero ondas, hago un poco de scrunching. Si quiero verme más peinada, simplemente lo cepillo. Depende de mi humor y de la faceta que esté viviendo ese día.
Aclaro que todo esto que cuento no pasa a diario. Hacer la rutina completa es algo que logro unas tres o cuatro veces a la semana, y ya está bien.
Sobre medicina estética: nunca me he hecho nada. No lo juzgo, pero tampoco lo practico. Cada quien encuentra su amor propio a su manera. A mí, por ahora, me gusta el proceso natural: tener canitas, alguna arruguita… son parte de nuestra historia. Me gusta mirar a mi abuela y ver lo hermosa que fue, y lo hermosa que es ahora, con todas sus arrugas. Eso no quita que me dé miedo envejecer, pero también entiendo que es parte del camino. Aunque reconozco que la medicina estética ha avanzado y, si se hace bien, hay gente que queda fabulosa.
Producto favoritísimo para llevar a una isla desierta. Quisiera decir el protector solar, pero estaría mintiendo. Lo dejo en segundo lugar. En el primero, sin duda, va un cacao neutro de Eucerin, de esos de farmacia. Se me resecan mucho los labios y me parece un milagro. El sol lo soluciono con una hamaca debajo de una palmera y listo. No necesito nada más, sinceramente.
Producto con hype que fue un total bluff. No estoy muy segura, porque soy poco constante con los productos y muchas veces los resultados dependen de eso. Pero si tengo que decir uno: el sérum de ojos de L'Oréal Paris (ese que viene en un frasquito púrpura con bolitas en el aplicador). Lo probé y me pareció pegajosísimo, tanto que las pestañas se me quedaban como pegadas a la piel. Un fail.
¿Qué tipo de relación tienes con tus dientes? La verdad, los quiero mucho. Gracias a ellos disfruto de uno de los mejores placeres de la vida: comer. Estéticamente me parecen lindos, aunque los de abajo están un poco torcidos, pero no me molesta. Podrían ser más blancos, sí, pero no me he hecho ningún blanqueamiento (limpiezas, sí, una o dos veces al año). Uso la pasta de dientes de toda la vida: Colgate súper mentolada. Seguro hay opciones mejores, pero no me he puesto a investigar. No sonrío mucho en fotos, no por mis dientes, sino porque no tengo una gran sonrisa para posar. Mi boca es pequeña y generalmente no se ven mucho mis dientes cuando sonrío. Pero, en general, tengo buena relación con ellos.
¿Qué es lo que menos te gusta de la industria cosmética? Lo que menos disfruto de la industria cosmética es algo que comparte con muchas otras industrias: el exceso de plástico, tanto en envases como en productos de un solo uso. También me incomoda el tema de las pruebas en animales. Aunque un producto diga cruelty-free, no sé si puedo fiarme al 100%, aunque suelo confiar. Además, está el tema de los estereotipos de belleza: nos hacen creer que hay una forma correcta de ser guapa, lo que afecta mucho a nivel psicológico. Y el marketing... Nos venden productos como milagrosos en una semana, y la realidad es que muchas veces no pasa nada. Es fácil caer en esas promesas.
Poco comento tu newsletter para la muchísimo que me encanta. Muchas gracias abrir siempre buenos melones y traer a gente tan interesante.
Me gustan mis dientes que son como "una jungla de dientitos que ha crecido salvaje, según la naturaleza les ha dado a entender" porque me representan.
Una reflexión interesante la que haces. Cuando alguien abre la boca atisbas el interior. Y todos queremos parecer perfectos, ordenados, blancos y puros. De ahí esa industria alimentada por el star system...Y todos perfectos y guapísimos.
Gulnara Zerpa una Amelie actual, ¡ojazos y pelazo!