La barbarie, el silencio y la dignidad
Apuntes sobre cómo la vergüenza de las agresiones sexuales podría cambiar (realmente) de bando
¿Puede un hombre violar a una mujer sin enterarse?, se preguntaba Nuria Labari en una acertadísima columna del diario El País. Lo hacía al hilo del macrojuicio que está teniendo lugar en Francia: más de cincuenta hombres pasarán por el banquillo acusados de agredir sexualmente a Gisèle P. después de que su marido, Dominique Pelicot, la dejase inconsciente drogándola con ansiolíticos Además de facilitar los encuentros, era testigo directo y los grababa. «No quería acostarse conmigo», argumentó el esposo en una de las primeras vistas. «No es una violación, porque fue su marido quien lo propuso», esboza otro. «Fue una violación involuntaria», añade un tercero.
Cada día que pasa, surgen nuevos y escabrosos detalles de cómo estos hechos se repitieron a lo largo de diez largos años, en los que la ahora jubilada Gisèle P. llegó a sospechar que su ‘ausencia de recuerdos’ podía tener que ver con un cáncer o con un principio de Alzheimer. A pesar de sus continuas visitas al médico, no fue en consulta donde descubrió lo que realmente le había ocurrido: fue la policía la que se lo comunicó en noviembre de 2020, después de revisar el teléfono y el ordenador de su marido y citarlo en comisaría. Había sido agredida sexualmente, a veces durante seis horas seguidas, en centenares de ocasiones.
«Dígame, señor presidente, ¿cómo puede alguien como yo mejorar, con la esperanza de tener una vida normal, una vida sexual normal, como mujer? ¿Cómo puede una reconstruirse a partir de las cenizas cuando sabe que su padre es, sin lugar a dudas, el mayor depredador sexual de los últimos 20 años?». Así explicaba Caroline Darian, hija de Gisèle y Dominique, cómo esta monstruosa noticia había afectado a la familia. Ella, que sospecha que podría haber corrido una suerte similar, es la principal impulsora de que su madre utilice este terrible drama personal para concienciar al mundo.
La septuagenaria Gisèle P., que ha visto todos los vídeos de sus violaciones («Fui sacrificada en el altar del vicio. Cuando se ve a esta mujer drogada, maltratada, como una muerta. Claro, el cuerpo no está frío, está caliente, pero yo estoy como muerta», definió en el estrado), decidió que su juicio y su rostro fueran públicos. Que la vergüenza y el miedo que habían paralizado a otras mujeres, como los que sintió la víctima de la manada, cambiase al fin de bando. Que se avergonzasen ellos, los agresores, los que creen que solo somos un cuerpo a su servicio, los que viven impunes con la certeza de que agacharemos la cabeza para no ser señaladas por sus bochornosas acciones.
Gisèle P. no pudo elegir qué hacer con su cuerpo, pero nadie le puede cuestionar el valor y el coraje de mostrarnos a todas las demás el noble camino de la dignidad. No es una tarea sencilla, y tampoco estará exenta de peajes emocionales («Por dentro soy un campo de ruinas», ha advertido), pero las mujeres de medio mundo estamos atentas y asombradas ante su coraje, ante su convicción, ante su mirada al frente mientras cuenta en audiencia pública hasta los detalles más íntimos de su vida sexual. La que conoce y la que solo ha visto en un vídeo.
También estamos esperando las declaraciones del medio centenar de agresores (de los más de setenta identificados) que pasará por la sala con la mascarilla puesta para evitar la identificación. ¿Qué es lo que ocurría en el cuarto de los Pelicot mientras la señora de la casa “se hacía la dormida”? ¿Por qué ninguno de los hombres contactados por Dominique Pelicot, los que participaron en la barbarie y los que no, denunciaron las sospechosas directrices del caballero? ¿Son aliados cuando callan? No está de más recordar, como hizo hace unos días Ana Requena en Eldiario.es, que buena parte de la violencia sexual sigue pasando por debajo del radar y no suele implicar estrategias tan macabras. Uno de cada cuatro jóvenes considera que la violencia machista es un invento ideológico.
Continuando con la columna de opinión de Noelia Ramírez en El País, en la que critica que cada vez que sale a la luz algún caso espeluznante de violencia de género las redes sociales se cuajan de #notallmen, me pregunto qué se está haciendo desde la masculinidad para lograr que la vergüenza cambie realmente de bando. ¿Están los hombres dispuestos a señalar y denunciar? A continuación del “yo no he sido” y el “mis amigos no han sido”, suele instalarse un incómodo silencio, tan cómplice como el de los hombres que, tras la propuesta de Dominique Pelicot para violar a su señora, simplemente declinaron con amabilidad. Esos #notallmen (dos de más de setenta) pudieron haberle cambiado la vida a Gisèle. Eligieron callar.
En el armario cosmético de… Maru Quiñonero
Amo los cuadros, delicadamente pintados con lápiz, de Maru Quiñonero (si vives cerca de Casavells, en Girona, estás de suerte, porque justo ahora tiene una exposición en su Palau). Es una artista con un talento especial para el color y cargada de sensibilidad, no solo en lo creativo: su pasión por sus animales mueve montañas. Si no la conoces, te vas a enamorar de su trabajo y de su estilo. Los que tenemos la suerte de conocerla podemos certificarlo.
¿Qué rutinas cosméticas sigues? Debo empezar dando las gracias a la genética porque he heredado de mi madre una piel estupenda, seca, pero muy fácil y muy agradecida al poco caso que le hago. Dicho lo cual, mis rutinas son de risa. Mi ignorancia sobre cosmética no tiene límites, voy rescatando un consejo de aquí, una sugerencia de allá... pero no tengo ni idea de para qué sirven el retinol ni el ácido hialurónico, tampoco me interesa mucho, la verdad. Mi despiste es tal que nunca consigo recordar ni el orden en el que hay que usar los productos. Por eso, con los años he simplificado mucho mis hábitos. Las dos únicas premisas que tengo para elegir un producto es intentar que sea cruelty free y que no me deje la piel pringosa, siempre busco texturas muy fluidas, ligeras y que me den sensación de frescura.
Lavarme la cara con agua y jabón es lo primero y lo último que hago cada día. Agua fría por las mañanas + el tónico facial de aloe vera de Lush + protector solar (lo uso los 365 días del año, ahora mismo combino un aquagel de La Roche Posay y el que siempre llevo en el bolso de Vichy). Agua muy calentita por las noches + la Beauty Sleep Mask que, si no recuerdo mal, descubrí en una de tus primeras newsletters. El jabón que uso ahora mismo es un limpiador facial de carbón y bergamota de Rowse. Amo esta marca por encima de todas las cosas desde que la descubrí en plena pandemia. Me declaro devota y uso muchos de sus productos. Mi armario del baño parece un anuncio suyo, pero es que todo me convence; su discurso, su imagen, su compromiso, su calidad…
En cuanto a cuerpo, huyo de los geles. Llevo una década usando Phebo, una pastilla de jabón cremoso que me chifla. He probado muchas cremas y lociones. Mi piel seca es como una esponja que absorbe todo sin problemas así que voy saltando de una a otra. Además, voy a nadar casi a diario y el cloro ya ni te cuento lo que reseca. Por eso casi siempre vuelvo a la Charity Pot de Lush, que aunque tiene una textura más pesada de lo que me suele gustar, mi piel lo agradece, y su aroma me retrotrae a los juguetes de mi infancia. Las cremas de manos son mi must, las tengo por todas partes, en casa, en el estudio, en el bolso, en la mesilla de noche... la vegana de L`Occitane es genial.
Hace más de 10 años que no uso perfume. Pero siempre fui fiel al Amber de Prada, recuerdo ir a comprarlo a la tienda de Serrano casi como un ritual. No lo echo de menos. De pronto me pareció excesivo usarlo. Algunos días, de camino a casa, paso por la puerta de Le Labo y me dan ganas de entrar a por uno, pero sigo sin decidirme. Creo que en el fondo no quiero sentirme esclava de un perfume porque luego cuesta prescindir de él.
Nunca me he maquillado. Muchos productos me dan alergia y me gusta la sensación de cara lavada. Después del protector, sólo me pongo el contorno de ojos de Rowse + la barra de labios Chili de Mac y la vaselina de Liposan.
Cuidar el pelo es mi asignatura pendiente. No le hago ni caso. Los únicos cuidados son los que Natalia Infantes les da una vez al mes en Nim.
¿Producto favoritísimo para llevar a una isla desierta? Probablemente el bálsamo limpiador de mandarina de Rowse. Me encanta la textura que pasa de gel a leche limpiadora al contacto con el agua, su olor y cómo me deja la piel de hidratada. Siempre tengo un tarrito y lo he regalado mucho a mis amigas.
¿Qué producto con hype fue un total bluff? Más que producto fue una experiencia. Hace años, mis amigas me regalaron un tratamiento de cabina en un centro de belleza muy reputado. En esta inopia mía sobre los menesteres estéticos, nunca me había hecho una limpieza de cutis y fue totalmente traumática. Me resultó muy desagradable y dolorosa y me prometí a mí misma no volver a pasar por algo así nunca más. No concibo lo de que para lucir hay que sufrir en ningún aspecto de mi vida.
¿Qué crees que revela sobre nuestra sociedad el caso Pelicot? Revela que queda Todo por hacer. En los últimos días he hablado mucho con amigas y mujeres a mi alrededor sobre ello. A todas nos apela y aún no entiendo cómo no salimos a la calle a quemarlo todo. Toda esta historia me provoca un miedo aterrador y una rabia sin límites. Me gustaría ver a más hombres hablando del tema y aportando su propia visión, pero creo que ni ellos mismos pueden soportarlo. Lo más triste es que esta terrible historia es solo una más, sigo a la periodista Cristina Fallarás que recoge testimonios anónimos de mujeres que han sufrido violencia y en los últimos días no han hecho más que multiplicarse los casos similares de violaciones con sumisión química. Creo que sólo endureciendo las penas y trabajando muy duro en la educación desde edades muy tempranas podremos ver algo de luz.
¿Qué es lo que menos te gusta de la industria cosmética? Dos cosas: 1) El discurso basado en crear expectativas, sobre todo a los más jóvenes, que lejos de reforzar su personalidad, crea inseguridades y perjudica a su crecimiento como personas que deberían amar cada cm de su cuerpo. Todos valemos tal y como somos. Y aunque cada vez más las marcas intentan dar visibilidad a la diversidad, queda mucho por hacer. 2) El uso, abuso y maltrato de animales en laboratorios para testar los productos. Cada pequeño gesto cuenta y rechazar las marcas que siguen usando estas prácticas deleznables nos retrata como sociedad.
He disfrutado mucho de la entrevista a la artista Maru Quiñonero, a quien sigo y admiro por su obra (me relaja enormemente contemplar en digital y en foto su trabajo, quien pudiera verlo en directo) y por su compromiso con los animales (las muy perras). Pero la primera parte, el tema del que todos y todas deberíamos estar hablando es quizás lo que ha arrastrado a comentar aquí por primera vez. Y es que el silencio es tan atronador. La falta de voz masculina en este caso es tan revelador y tan doloroso. Nadie de mi entorno masculino, excepto mi pareja, se ha manifestado de ninguna manera. Cuando por cosas mucho menos graves han hecho debates interminables. Que miedo
La barbarie, el silencio y la dignidad... ¡Qué hecho tan más horrendo! es incalificable, o tiene muchas calificaciones también, el comportamiento "humano", en su más deplorable expresión, es un caso fuera de este planeta, vulnera todos los sentimientos hasta llegar a la rabia más profunda.