Los hombres que hacían algo más que no amar a las mujeres
Sobre lo lejos que está la igualdad de género y el poco valor que se da a nuestros testimonios.
¿Eres más machista o racista? Esa era la nueva pregunta estrella de David Broncano en La Revuelta a cada invitado que recalaba en el sofá negro del programa. Hasta que un día llegó Paz Vega a explicar lo peligroso de las respuestas (para sorpresa de nadie, la mayoría de invitados prefería admitir que era un poco más machista que racista), porque esto solo significaba que muchos sienten que el hombre está un poco por encima de la mujer. “Sé que estamos en un programa de humor y eso es maravilloso, pero no podemos admitir eso. Es inadmisible porque os ve más de media España”, argumentaba la actriz y directora en riguroso diferido.
Efectivamente, nunca más se volvió a escuchar esa pregunta en el prime time de la pública, ni siquiera cuando el invitado fue aquel prestidigitador de fama mundial del que algún día hablaron en la cuenta de Instagram de Cristina Fallarás, un absurdo detalle por el que quizá podría haber tenido algún sentido hacerla.
Estoy dispuesta a batirme en duelo con quienes niegan que vivamos en un mundo machista. Si se atreven, que aporten evidencias de la igualdad. Yo las tengo de todo lo contrario, de la gota malaya de desprecios y ninguneos que soportamos las mujeres solo por el hecho de serlo.
Hago una enumeración así un poco a vuelapluma, sin pensar, sin ahondar: la brecha salarial ha aumentado por primera vez en dos décadas (“La brecha salarial de género no se limita a los salarios. La sociedad pone expectativas demasiado altas y valora demasiado poco las contribuciones de las mujeres. Como resultado, tenemos algo más que una brecha salarial. Las mujeres se sienten agotadas y abrumadas, además de recibir una compensación injusta por su trabajo”, asegura Regina Lark en FastCompany). La investigación sobre la salud femenina (¡la mitad de la población mundial!) continúa adoleciendo de escasa financiación. Francia es el único país del mundo que ha blindado el derecho al aborto (las demás mujeres del mundo podemos decidir sobre nuestro cuerpo en función de los vaivenes políticos en los que nos veamos zarandeadas). Ante la denuncia por agresión sexual a un hombre público, se habla de que está viviendo un linchamiento y se procede a ridiculizar el testimonio de la víctima y, llego al colofón de este breve listado de ejemplos, no olvides que quien dijo grab’em by the pussy (agárralas por el coño, en traducción libre) y fue acusado por más de una veintena de mujeres de ‘comportamientos inadecuados’, ha ganado las elecciones estadounidenses frente a una mujer con un perfil público limpio, es decir que nunca ha sido denunciada ni condenada por nada.
El otro día hablaba con mis compañeras del club de lectura (habíamos leído Los parques de atracciones también cierran, de la incombustible Ángeles Caballero, para más señas) sobre el caso Errejón, acaso el último y evidente ejemplo de lo difícil que resulta escapar del machismo estructural. El político, que anunció su dimisión por su necesidad de cuidarse tras haber llegado “al límite de la contradicción entre el personaje y la persona”. Es decir, después de que una mujer, sin decir su nombre para que nadie tomase represalias contra ella, señalara sus malos comportamientos en un post de Cristina Fallarás (segunda vez que la menciono. ¿Acaso te parece casual que las denuncias se hagan públicas por esta vía y no a través de un juzgado?). En ese momento, acaso cansada de que la opinión pública critique el aninimato de las denuncias, una actriz, Elisa Mouliáa, decidió formalizar una denuncia en una comisaría. Pues bien, a los lamentos de quienes aseguraban que las feministas le estaban arruinando la vida a un hombre (ojo, que ahí siguen Mel Gibson o Jonathan Matherson, saludando a sus amigos Johnny Depp y Brad Pitt, todos libres de cualquier cancelación) sin condena alguna empezaron a sumarse quienes valoraban el comportamiento y las declaraciones de la muchacha como poco creíbles o carentes de envergadura legal. Estábamos ante poco menos que una loca despechada que decidió ir a su casa a pesar de todo.
En resumen, y saliendo ya de este caso concreto: la presunción de inocencia de un varón (en realidad, de todo un sistema, el patriarcal, en el que vivimos) no se toca, si hace falta protegerla bien podemos recurrir a la mofa del testimonio y las vivencias de la mujer que lo señala. Un saludo a Nevenka, otro a Monica Lewinsky. No es que los hombres no nos quieran, es que desprecian nuestras experiencias y nuestros sentimientos porque no son capaces de integrarlos en su relato, en su cosmovisión. El mundo es androcéntrico, no ginocéntrico.
Sí, todo apunta a que estamos un poco por debajo y no importa lo mucho o poco que nos revisemos, examinemos o reconstruyamos si la revisión, examen o reconstrucción no es global.
En el armario cosmético de… Gabriela Ybarra
A Gabriela Ybarra la conozco como tú, que habrás leído ese precioso texto (el texto de una vida) que es El comensal. Una de nuestras primeras interacciones tuvo que ver con nuestras newsletters (no te pierdas Correo Nocturno). Hablamos de recomendaciones cosméticas, de oposiciones y de familia. No tardé en invitarla a pasarse por aquí, y muy generosamente aceptó. Procedamos a adentrarnos juntas en sus (auténticos) secretos de alcoba.
Háblame de las rutinas cosméticas que sigues y los productos a los que le eres fiel. Tengo la suerte de tener una piel que envejece con dignidad y hasta 2011, con veintiocho años, no me preocupé por comprar ningún cosmético. Me limpiaba la cara con agua y jabón, cualquier jabón, podía ser una pastilla de Heno de Pravia o un poco de gel de ducha. También usaba sin reparos toallitas desmaquillantes cuando volvía de fiesta. Sin embargo, ese año, en 2011, una empresa de cosméticos me contrató para analizar las rutinas de belleza que sus clientas compartían en redes sociales. Fue un shock para mí. Las mujeres a las que pasaba horas viendo cómo se maquillaban y cuidaban la cara hablaban de productos que no sabía ni que existían y de problemas estéticos que nunca me había planteado. “¿Necesitaré un crecepestañas?”, me preguntaba mirándome al espejo tras ocho horas de vídeos de YouTube. Identifiqué defectos en mi cara en los que no había reparado antes y pensé que quizás había llegado el momento de invertir en cosméticos. Empecé por lo básico: limpieza, hidratación y protección solar y, ahora, más de una década después, ya tengo mis productos favoritos. Sé lo que necesito y lo que no para verme bien. Me gustan los limpiadores en mousse que además de jabón tengan algún tipo de aceite como, por ejemplo, el agua micelar con aceite de argán de Nutriox Cosmetics, pero no siempre lo encuentro en el herbolario que hay cerca de mi casa. Para la crema de cara utilizo la hidratante antiedad de textura ligera de la farmacia Goya 19. Recomiendo mucho esta farmacia para comprar cosméticos, te asesoran fenomenal y los precios no suelen ser más altos que en Primor. En la protección solar no innovo demasiado, utilizo la Fusion Water Magic de ISDIN, como media España. Con el tiempo he ido mejorando mis rutinas, ahora por las mañanas he añadido también un sérum de vitamina C, el que mejor me funciona es el de Skinceuticals, pero cuesta una fortuna, así que me conformo con Endocare Radiance, que tiene una buena relación calidad-precio. Por las noches utilizo el Retinol Intensive Serum de la misma marca.
En el último año he desarrollado el vicio de probar cosméticos de Mercadona en cada compra que hago. Me gusta su desodorante en crema: protege un montón, no huele a nada y cuesta menos de dos euros. Sin embargo, tuve problemas con la hidratante de cuerpo “sorbete de mango”. Su olor es tan fuerte que la primera vez que la usé, me mareé. Mi hijo no quiere ni ver el bote porque dice que huele fatal. Además, un día se la puso por las piernas (tiene un color naranja intenso muy atractivo) y le dio una reacción alérgica. Aún así, siempre acabo todo lo que compro. No me gusta ni acumular productos ni comprar de más.
Producto favoritísimo para llevar a una isla desierta. Me encanta el champú Metal Detox de L’Oreal Professionnel. Mi pelo es fino y graso y me cuesta encontrar champús que me funcionen. Para hidratar, utilizo la mascarilla de Aloe Vera de Fructis de Garnier, que me deja el pelo brillante y suave. Además, recientemente he descubierto la espuma Densifique Mousse Densimorphose de Kérastase, muy útil para moldear mi pelo y controlar el encrespamiento los días que tengo algún evento.
Producto con hype que fue un total bluff. Me han recomendado muchas veces los champús de Klorane, pero me dejan el pelo fatal.
¿Tienes algo que aportar a la oportunidad de conversación pública que se ha abierto sobre el consentimiento a raíz de las denuncias de varias mujeres en la cuenta de IG de Cristina Fallarás? ¿Crees que está yendo hacia buen puerto? No sé cómo se debería regular el consentimiento, ni siquiera tengo claro si es posible hacerlo, pero es un tema que me interesa y preocupa y suelo leer lo que se publica al respecto. Creo que la escritora Cristina Fallarás acertó al recoger y difundir denuncias anónimas en su cuenta de Instagram. Una de las emociones más extendidas entre las víctimas de abusos es la vergüenza, y el anonimato les evita exponerse y ser juzgadas. Fallarás identificó una necesidad que no estaba cubierta. Sin embargo, me parece que ahora se debería ir un paso más allá y crear herramientas de denuncia más sólidas, que no dependan de la cuenta de redes sociales de una única persona, pero mientras estas no se desarrollen, no quedará más remedio que echar mano de este tipo de iniciativas particulares.
Otro problema que veo es que, mientras nosotras leemos, dudamos, reflexionamos e intentamos encontrar nuevos caminos para prevenir y atender mejor los casos de abusos, la mayoría de los hombres no participan en estos debates o los ven como una amenaza, a pesar de que lo único que buscamos es construir relaciones sanas e igualitarias.
¿Qué es lo que menos te gusta de la industria cosmética? Durante el tiempo que analicé rutinas de belleza en redes sociales, a menudo me encontraba con chicas que compraban cosméticos de forma compulsiva. Mostraban a la cámara cajas y cajas de pintalabios que ni en siete vidas podrían llegar a utilizar. Imagino que más de la mitad estarían caducados, porque el maquillaje caduca. También había muchas mujeres con la piel asfixiada de ponerse tantos productos. Brillaban como bombillas. Lo peor de la industria cosmética supongo que es que nos inundan de productos que no necesitamos para nada y nos hacen preocuparnos por problemas que no tenemos. Como consumidoras, sin embargo, tenemos mucho poder, cuanto más les exijamos a las marcas, mejor lo harán. En los últimos años, por ejemplo, se han dado pasos importantes en la eliminación del maltrato animal y en el desarrollo de productos y envases más sostenibles gracias a la presión social.
Tan complejo y doloroso este tema…yo estoy cansada, harta, asqueada…y lo que más me mosquea es que los hombres, aquellos que precisamente se sienten atacados, no salgan a protestar y a exigir a sus compañeros/amigos/convecinos que paren de ser unos salvajes. Yo conozco hombres buenos…que no se atreven a decirle basta a los que les hacen no parecerlo. Estoy cansada. Bravo por el artículo.
Sí me permites un comentario, sí que creo que el político de marras tiene derecho a la presunción de inocencia, no por ser hombre, sino porque tiene derecho a ello cualquier persona. También tiene derecho a que no se la ridiculice y se respete su demanda la denunciante. Si ha habido agresión sexual, actualmente lo decide un juez, es un sistema muy imperfecto y entiendo que muchas mujeres prefieran no denunciar, pero declarar culpable a cualquier hombre sin ni siquiera haber dado su versión (este político hasta ahora no ha dicho nada de nada), no puede ser la solución.