Ponerle un lazo al tiempo libre
Una brevísima oda al aburrimiento, a los recuerdos domésticos y al tiempo libre de calidad.
Ninguna de mis amigas deseaba unas nuevas zapatillas estas Navidades. Tampoco un bolso. Ni siquiera un cuarzo pintón que hiciese las veces de diamante (esos garbanzos que chiflaban a la madre de Ángeles Caballero). Todas han pedido lo mismo: tiempo libre, experiencias, hilvanes de vida para atesorar en el cajón de los recuerdos cada blue monday.
Este anhelo me da dos pistas importantes sobre el punto del viaje turbocapitalista en el que estamos: la primera es que, gracias a la sobreproducción de artículos a precios tan ridículamente competitivos que preferimos mirar hacia otro lado en lugar de cuestionar por qué son tan baratos, en occidente ya tenemos de todo. No nos falta de nada, vete tú a saber a costa de qué. O de quién.
La segunda viene a refutar la primera: sí que nos falta algo (y no hablo de diamantes, ni de abrigos de visón, ni de Teslas). Nos falta tiempo libre de calidad, ese que genera de manera tan sólida como gratuita anécdotas ridículas de nuestras rutinas domésticas. Nos falta aburrirnos haciendo nada (los que fuimos niños en los ochenta aún sabemos lo que era eso). Nos falta vivir y gozarla sin pensar en sacarle ningún tipo de partido a vivir y gozarla. Y, déjame que te enfrente con una realidad incontestable: nada de lo que acabo de enumerar se adquiere mediante una escapada de fin de semana a cualquier capital europea con alojamiento a media pensión; ni con un circuito de spa para dos; ni siquiera con un retiro holístico de yoga. No, a todo eso solo podemos llegar desacelerando (def. de la RAE: tr. Disminuir la velocidad) de manera continuada el turbo que, como a pollos hormonados, nos han inyectado.
Apaga Netflix, cierra TikTok, desinstala el correo electrónico del teléfono móvil y, sobre todo, atrévete a entablar conversaciones divagantes, sin mirar la hora y sin permitir interrupciones de WhatsApp o Instagram. El síndrome de abstinencia puede ser doloroso al principio, pero luego te abraza, te reconforta y te vuelve más presente. Te deseo ese presente, no como tiempo verbal, sino como modo de vida.
En el armario cosmético de… Charo Lagares
Charo Lagares es sevillana, periodista de moda y, además, autora de una novela fascinante cuyo nombre ya te he dicho (y, al contrario de los refranes, te vuelvo a repetir, Sevillana). De Charo me gusta la fina ironía con la que escribe, y los ricos matices que incorpora a cada conversación. Además, compartimos una inesperada pasión por Lalachús.
Háblame de tus rutinas cosméticas. Mi rato frente al espejo después de desayunar y antes de salir pitando comienza con el gel regulador en mousse de Bioderma y las ampollas de vitamina c de Endocare. Sigue con la hidratante afinadora de poros de Skinceuticals y el protector solar de Isdin (verano) o Kiehl's (invierno). Con la piel preparada, uso la hidratante Pure Radiant de Nars, en el tono Finland porque soy del color de la leche entera. Precisely my brow, de Benefit, para rellenar huequitos y para controlarlas y dirigirlas, el gel fijador de Got2be, que descubrí por casualidad y ha resultado ser lo mejor que les ha pasado a mis cejas desde el salto a la fama de Cara Delevingne. Como colorete, Luminous Silk Cheek de Armani, en tono coral. Rizador de pestañas y máscara Clímax de Nars, que hace que parezcan de dibujo animado. Uso un corrector de It densísimo, pero muy poca cantidad, solo una gotita. Cubre muy bien bolsas y ojeras. Doy un toquecito también en el arco de la ceja. En los labios, Viva la Vergara, de Charlotte Tilbury. Se me secan mucho y por recomendación de mi dermatólogo uso Purelan, que en realidad está diseñado para los pezones de las madres lactantes. Lo llevo siempre en el bolso. Un par de disparos de All nighter, el gel fijador de Urban Decay, y a la calle. En resumen, soy una decepción para Zadie Smith.
Por la noche, doble limpieza y una fórmula magistral con retinol que me recetó el doctor Carlos Morales Raya. La alterno con el ácido glicólico de Medik8.
En el pelo, champú y acondicionador de Nuggela & Sulé o de Elvive de peonía roja, según las ganas que tenga de frotar (el primero genera poca espuma, pero deja la melena con muy buen aspecto). Si los pelitos alrededor de la cara empiezan a apelmazarse, champú en seco de Klorane o de Batiste.
En el cuerpo, alguna exfoliación puntual y cremas hidratantes con urea, como la de Instituto Español, que me parece buenísima.
Uso siempre el mismo perfume y sobre él sumo otras capas, según la época del año. La base es Teint de neige, de Lorenzo Villoresi, y ahora le añado Cardinal, de Heeley, By the fire place, de Maison Margiela, u Eau duelle, de Diptyque. En verano la combino con Eau de sens o Philosykos, las dos de Diptyque. Antes de dormir me gusta ponerme algunas gotitas dulzonas, como las de Lovefest Burning Cherry, de Kayali.
Medicina estética: me inyectaron inductores de colágeno hace un par de años y me convenció el efecto. Ahora fantaseo con Ultherapy. En los últimos años, también he usado ácido hialurónico para evertir e hidratar los labios. Todo con el doctor Morales, que es muy prudente y solo permite la naturalidad.
Producto favoritísimo para llevar a una isla desierta. Si está muy muy desierta, protector solar. Si hay algún ojo humano cerca, Precisely my brow, el lápiz de cejas de Benefit.
Producto con hype que fue un total bluff. Los primeros labiales de Fenty. Ya no tengo ni idea de cómo serán porque aquello lo manchaba todo (manos, frentes, dientes, abrigos, paredes) y dejé de usarlos. Debían de estar formulados con los mismos pigmentos con los que pintaron en Altamira. Eran fantásticos, supongo. Pero los pintalabios permanentes, por lo general, abocan a una a la catástrofe. En cuanto se habla un rato o se come, la zona húmeda del labio desaparece y aquello, con ese corte tan marcado, acaba pareciendo un anfibio bicolor.
¿Por qué crees que este año más que nunca la gente ha empezado a pedir tiempo y/o experiencias como regalo de navidad? Solo tenemos tiempo y ni siquiera sabemos cuánto. Compartirlo es ponerse en manos de los otros, entregar lo único que se tiene cuando no se posee nada: uno mismo. Y porque todos vamos a morir y en el nicho funerario no caben patinetes eléctricos. Un recuerdo, diga lo que diga iCloud, no necesita espacio. Aunque gracias a la dispersión de la atención desencadenada por internet y su consiguiente brainrot, ¡todos lo vamos a olvidar!
¿Qué es lo que menos te gusta de la industria cosmética? El marketing. No soporto las campañas virales, los productos dirigidos a niñas de 13 años a través de TikTok que no son limpiadores, hidratantes o reguladores, la supuesta mano de Dios en forma de crema diseñada por El Doctor de las Celebrities. Tampoco me fío de cualquier dermatólogo o farmacéutico: muchos acaban recomendando el producto que el comercial de la marca de turno les ha vendido a ellos. Casi todo me genera desconfianza y curiosidad. Cuando descubro un producto que me gusta, contraigo con él matrimonio

Me encanta esto, de cerrar plataformas para ver TV... y todo, con tal de reconectar con la humanidad. Es el mejor regalo que nos podemos dar día a día. Muy bella Paloma, te quiero.
Poner estas ideas sobre la mesa es necesario para dar una vuelta a la manera en la que estamos viviendo. El barullo de compromisos (casi todos relacionados con el trabajo) hacen una pelota que pasado un tiempo no sabes ni qué hiciste ni para qué sirvió todo ese lío que te quitó el tiempo de hacer algo bueno para vivir mejor. Cada vez me reafirmo en la idea de que una persona inteligente sabe como hacerse la vida fácil y buena.