Bótox, hialurónico y juicios de valor
Hablemos sobre la superioridad moral de quienes rechazan los procedimientos médicoestéticos porque quieren envejecer con dignidad.
Tengo muchas opiniones cosméticas, y muy vehementes. De hecho, algunas ya te las he compartido. Dudo firmemente del poder de un sérum, me parece que gordo es un adjetivo que hace tiempo debería de haberse quitado la caspa del insulto y si se te cae el pelo, jamás te recomendaré unas vitaminas o un champú: te mandaré a un tricólogo.
Pero si hablamos de medicina estética, encontrarás que mi pensamiento es un poco más inestable. Por una parte me parece increíblemente bien que cada quien haga con su rostro y con su cuerpo lo que le de la gana. Por la otra, en ocasiones pienso que la sola idea de este tipo de procedimientos es un invento del patriarcado para que, camuflándolo de liberación femenina, nos sigamos quedando obsesionadas en ese anticuado canon de delgadez, juventud, lozanía… y nos desviemos (o ralenticemos nuestro camino) de cualquier otro objetivo vital que podamos tener.
Tengo muchas amigas que periódicamente van a su médico estético de cabecera para realizar algún tratamiento. Afortunadamente, la mayoría ya no tienen problemas en hablar de cómo invierten en toxina botulínica para relajar las arrugas y ácido hialurónico para redinsificar y dar volumen a las zonas que desean. Es decir, ya no lo hacen en secreto para evitar los juicios moralizantes de una sociedad que, por otra parte, no duda en desplazarlas a un lado al mínimo signo de envejecimiento. Menos mal que han podido apropiarse de esa parte de la narrativa, sacudiendo los tabús y equiparando los procedimientos (puedes llamarle como quieras: pinchazos, retoques, mejoras… pero todos esos apelativos llevan una carga de valor más importante) a cualquier tinte capilar, maquillaje o depilación.
Cada vez son menos los críticos voraces hacia quienes optan por quitarse las arrugas del entrecejo a golpe de toxina botulínica, que han ido rebajando el volumen hasta convertirse en un minúsculo rumor sin capacidad alguna de influir en la conversación global. Por sus mañas los descubrirás: son las mismas personas que no saben diferenciar un hilo tensor de un ácido hialurónico; las que desprecian las intervenciones de Nicole Kidman pero creen que Jennifer Lopez está así porque bebe mucha agua; las que aseguran que el bótox crea adicción, las convencidas de que pase lo que pase van a envejecer con dignidad… No sé qué dignidad hay en criticar al prójimo por las decisiones que toma en cuanto a su apariencia. No sé qué tiene de indigno el bótox. Nadie se mete con tus náuticos en invierno, José Luis.
Una vez defendida la libertad individual, vienen mis dudas. ¿Acaso la medicina estética, cada vez más popular, no es un síntoma más de esa obsesión con la eterna juventud de nuestra sociedad? ¿No es un yugo autoimpuesto que nos somete al edadismo? ¿No es otro compromiso más que atender en nuestras apretadas agendas? ¿No acaba por entregar rostros parecidos, pechos similares, abdómenes rasos y culetes respingones? En realidad, esta retahíla de preguntas lo mismo me sirve para las unidades de bótox que para el tinte del pelo o la depilación láser. Y no he visto a nadie quejarse por el tsunami de mechas californianas que asola las ciudades. Por el momento ha habido cero unidades de quejas con respecto a las mujeres que se deshacen de su vello en piernas, bigote y axilas. Parece que en este caso para envejecer con dignidad hay que quitarse los pelos.
Voy a ser honesta, el hecho de dudar sobre las razones que me llevan a querer maquillarme cada día o teñirme sin falta una vez al mes nunca me ha llevado a dejar de hacerlo. Hace tiempo invertí en depilación láser y siento que he ganado años de vida. En alguna ocasión también he empleado la toxina botulínica en mi rostro, aunque no me hayan gustado demasiado los resultados. Soy tan culpable de querer asirme desesperadamente a una juventud que se me escapa en cada cana como quienes agendan religiosamente cada seis meses cita en la consulta con su médico estético. Y, si lo piensas bien, puede que tú también.
El neceser de… La Forte
La Forte, bonica por fuera, sexy por dentro.
A Alma Andreu la conocí hace siete años. Yo trabajaba en Harper’s Bazaar y ella participó en un reportaje porque acababa de lanzar su primer libro, La vida de las cosas pequeñas. Vino desde Valencia en el vagón de silencio del AVE con su biodramina tomada. Alma, La Forte en redes, es una tía excepcional, con el talento de crear hogar allá donde vaya y siempre dispuesta a crear y nutrir redes de amigas que se ayuden entre sí. Gracias a (y con) ella estoy en un grupo de WhatsApp de mujeres fabulosas, de muy diversas procedencias, que se ha convertido en refugio y zona segura. Alma es un torbellino de colores, aunque ella preferiría ser de lunares, a la que no sé por qué no han fichado ya para prime time todas las televisiones de este país. El año pasado publicó su segundo libro, La vida me provoca. Las Ray-Ban que usa son las Wayfarer RB2140 calibre grande.
Háblame de tus rutinas cosméticas… El cuidado facial me encanta, lo sigo a rajatabla y no me da ninguna pereza desmaquillar, limpiar, hidratar… uso 187 productos específicos para cada cometido (aunque no me maquillo a diario ni de coña) y añado alguna mascarilla extra a la semana. Me hago una oxigenación mensual en el centro de Cristina Galmiche y, a diario, mañana y noche uso leche limpiadora, desmaquillante de ojos, contorno, sérum… Con los productos de Gema Herrerías me casaría ahora mismo y para el cuerpo ‘tengo la piel como un bebé’ porque llevo siendo fiel a Mustela desde que nací. El cuidado de labios y manos también me es placentero y soy constante. Así como con los pies, que me los mimo y los hidrato a menudo. La rutina que se me resiste es la del pelo. Tengo buena calidad y eso me salva, pero es que soy perezosa que flipas para ponerme productos en el cabello y el peluquero siempre me regaña porque siempre encuentro excusas para ‘lavar y ya’.
Cristina Galmiche, Mustela o Gema Herrerías están entre los básicos de La Forte. Pero una mirada detenida a su cajón nos enseña también Aussie, Cantabria Labs, Rituals, Babé, Narciso Rodriguez y Kérastase.
¿Qué es lo que no falta nunca jamás de los jamases en tu neceser? La Suavina para los labios (la uso desde que mi madre me la metía en el babero del cole y valía cien pesetas) y Narciso Rodriguez, botella negra (aunque tengo casi todas, pero FOR HER lleva siendo mi perfume desde hace quince años aproximadamente). También megafan de carpeta del Russian Red de MAC. Lo que me gusta, me gusta mucho. No tengo término medio.
¿Qué opinas de los procedimientos estéticos? Súper a favor de tratamientos medicoestéticos. Creo que hay resultados donde la cosmética no llega y ahí está la aparatología para echarnos una mano (¡un cable!). Yo sólo he probado tratamientos faciales (la radiofrecuencia, por ejemplo, que soy megafan. Es poco invasiva, agradable… y el resultado me entusiasma). También he probado toxina (bótox) en el entrecejo y ácido hialurónico en los labios y ojeras. No entiendo porqué hay personas que estigmatizan su uso (cada vez más habitual, más temprano y más democrático y al alcance de cada vez más bolsillos). Entendemos que podemos -o no- teñirnos el pelo, que podemos -o no- llevar ortodoncia, que podemos -o no- depilarnos… ¿y no podemos respetar que se hable sin tabúes de un relleno de ojeras? ¿Cuál es la vergüenza? A mí no me ha cambiado ni la expresión ni las partes de mi cara. Y también te digo que la ciencia avanza tanto que ahora todo es reabsorbible. Si algo no te gusta, al cabo de los meses prácticamente vuelves a tu estado anterior. Yo desde luego tengo a la mejor doctora (Paula Rosso, del centro médico Lajo Plaza) y mi cara está encomendada a ella como quien va a los milagritos de Lourdes.
¿Qué es lo que menos te gusta de la industria cosmética? Me gustaba poco que contaran para la publicidad de cremas antiaging a mujeres muy jóvenes que “ni antiaging ni antiagong”. Pero, afortunadamente, sea por cuota o no, parece que esto está cambiando.
Y aquí sus labiales. Rendida a MAC y su Russian Red, pero también fan de NARS, YSL, Chanel, Bobbi Brown y Dior…
Algunas habéis tenido problemas para acceder al canal de Telegram de Pretty In, Pretty Out… ¿me confirmáis si este enlace os funciona?
Me parece súper necesario abrir este debate.
Por supuesto, todas podemos hacer lo que nos apetezca con nuestra imagen, pero no se puede negar que el encajar en los cánones de belleza y juventud nos cuesta un dinero, que a veces ni tenemos y nos ocupa mucho tiempo. Convirtiéndose en una forma de sumisión y control. Lo ideal sería hacer las cosas desde el disfrute, no desde el miedo a dejar de ser queridas o aceptadas por envejecer.
Amo a La Forte desde que la descubrí, es maravillosa.
En cuanto a lo de los retoques y operaciones... por supuesto cada uno es más que libre de hacer lo que quiera. Por pedir, ojalá que todo el mundo lo hiciera por convencimiento propio y no por ningún tipo de presión social ni canon estético. Aún así, p’alante con todo. Y nada de esconderse.